Coronavirus

Lo infinito

Si le dejáramos hacer un poco más a la naturaleza y a la internet conspiranóica yo creo que nos libraban por sí mismas de la lata de las manifestaciones negacionistas

Son malos tiempos. Los niños no obedecen ya a sus padres y cualquiera se cree capacitado para ponerse a escribir un libro». Suena como una descripción de nuestro tiempo actual, pero lo cierto es que son frases de Cicerón hace ya más de dos mil años. Prueban que el ser humano no ha cambiado mucho desde entonces y también que el narcisismo y la estupidez lo acompañarán eternamente por los siglos de los siglos. Afortunadamente, como lección a la soberbia humana, las implacables leyes de selección natural –que con gran aplicación y paciencia copió Darwin de la naturaleza– siguen actuando. Tenemos ya las estadísticas y resulta que la mayor parte de la población más grave por Covid pertenece al grupo de los no vacunados. Si le dejáramos hacer un poco más a la naturaleza y a la internet conspiranóica yo creo que nos libraban por sí mismas de la lata de las manifestaciones negacionistas.

Ahora bien, sucede que esa mayoría de ocupantes de las UCI no tienen tanto dinero como Djokovic (caso de soberbia serbia) sino que los gastos de ocuparse de ellos los pagamos todos. La engorrosa pregunta es la siguiente: ¿No preferiría acaso gran parte de la población que esa parte de nuestros impuestos se destinara a salvar a afectados por la esclerosis múltiple, la ELA, la enfermedad de Corea-Huntington y otras tantas dolencias terribles que afectan a miles? Los afectados de esas enfermedades no tuvieron la posibilidad de evitar la condena que les aqueja con una simple vacuna. Como compensación, ¿no se merecerían ese privilegio antes que los otros?

Entendámonos: no estoy diciendo que debamos dejar morir a los tontainas. Solo señalo lo cara que nos sale a todos la bobaliconería de nuestros congéneres y también la gigantesca estupidez que es morirse de algo que uno puede perfectamente prevenir y proteger. Sobre todo, cuando la ponemos cara a cara con la cruel imposibilidad de elegir que sufren otros.