Historia

Lluís Companys, ¿ángel o demonio?

¿El President pudo hacer más? Tal vez sí. Pero salvó vidas a miles, directamente, concediendo salvoconductos o fletando barcos

El general Queipo de Llano pidió a Dios que intercediera a favor del presidente catalán, Lluís Companys, cuando éste fue sometido a un Consejo de Guerra tras ser entregado por la Gestapo a Franco. Su compasión se justificaba en que Companys salvó a “más de 5.000 hombres de derecha, lo cual debe aminorar la responsabilidad que pesa sobre él. ¡Dios se lo tenga en cuenta!”, rogo encarecidamente el general que radiaba la guerra desde Sevilla. Lluís Companys era, en efecto, presidente de Catalunya durante la borrachera de sangre de verano de 1936 tras el golpe de estado perpetrado desde Marruecos por los generales africanistas con mando en plaza. Por eso ha pesado siempre sobre él la duda –o la acusación- sobre la responsabilidad que tuvo por no atajar la matanza, por miles, de gentes de derechas, católicos y curas. No en vano, en Catalunya se vivió la peor matanza conocida contra el clero en todo el mundo occidental, sólo comparable con lo acaecido en Méjico durante la Guerra Cristera. También Gomà, fervoroso partidario del Régimen de Franco y detractor de la República, reconoció a Companys su intervención decisiva para salvar miles de vidas. Aunque insinuó que sólo la de aquellos curas afectos a la República. Los hechos parecen desmentir el sesgo salvador que el Cardenal franquista atribuyó a Companys. Porque el Presidente catalán no sólo se enfrentó a la CNT-FAI para librar de una muerte segura a Vidal i Barraquer. Hizo lo propio con, entre muchos otros, los obispos franquistas Cartañá (Girona) y Bilbao (Tortosa). ¡E incluso salvó a la vida al padre del General Mola! Y los sacó a todos de Catalunya, lejos de las fauces de los llamados incontrolados, incluso a sabiendas de que luego muchos pasarían a Burgos para combatir a la República. Se suele decir que en Barcelona fue el pueblo quien derrotó a los militares sublevados el 19 de julio de 1936. Lo cierto es que fueron las fuerzas de orden público comandadas por la Generalitat las que libraron en primera línea el combate contra el Ejército. Incluida la Guardia Civil, con no pocas bajas. Luego, eso sí, el movimiento obrero que lideró el anarquismo se apropió de no menos de 30.000 fusiles requisados en la Maestranza e impusieron su ley en las calles. A estos se enfrentó Lluís Companys a los que conminó a deponer su actitud y someterse al Govern de la Generalitat. García Oliver, dirigente de la CNT, no dudó en amenazar de muerte a Companys ante un Durruti que tuvo que llamar a la calma a su compañero de filas. Cuenta en sus memorias Jaume Miravitlles, secretario del Comité Central de Milicias Antifascistas, dominado por la CNT-FAI, como Companys se personó ante ellos “sin escolta y sin armas”. Y añade “cuando entró nos pusimos en pie Tarradellas y los delegados de Esquerra. Todo el resto siguió sentado alrededor de la inmensa mesa donde se reunía el Comité, con las pistolas y las bombas de mano en la cintura, como en los westerns americanos. Con una valentía suicida, Companys denunció los asesinatos”. Revela Miravitlles que el momento fue de “una tensión dramática sin precedentes y Tarradellas y yo, nos miramos perplejos temiendo, con razón, por nuestras vidas y la del Presidente”. Cuando Companys se fue, los representantes de la FAI afirmaron que si Companys volvía a acudir “lo coserían a tiros”. Así estaban las cosas en Barcelona. Lo curioso es que Catalunya contaba con la Iglesia más aperturista de Occidente. Ahí está el Cardenal Vidal i Barraquer. Pero también con la más integrista, representada por el Cardenal Gomà, primado de Toledo. Ambos, paradojas de la vida, de pueblos de Tarragona y compañeros de seminario. Uno defendió la República ante el Papa. El otro, la cruzada nacional. ¿Por qué se desató entonces esa criminal violencia ciega? Esa es la pregunta que intentó siempre responder el historiador Josep Benet, que en 1980 fue cabeza de cartel comunista, que siendo miembro de la Escolanía de Montserrat salvó la vida de las hordas libertarias gracias a que era verano y había vuelto con sus padres. Los llamados incontrolados, no siempre gentes de la FAI, dieron caza a los monjes benedictinos. Se cobraron hasta 27 vidas. No asaltaron el Monasterio de Montserrat porque el consejero del Gobierno Companys, Ventura Gasol, se preocupó por mandar un destacamento de policía a la Abadía. Tan eficaz fue la protección que cuando los monjes volvieron a Montserrat –luego de huir despavoridos- se encontraron aún con el misal en el punto en que lo habían dejado presto para la oración. Que la reacción de Companys a la borrachera de sangre fue inmediata lo atestigua también el hecho que el 21 de julio de 1936, con el movimiento obrero embravecido y armado hasta los dientes, el presidente catalán lanzó una alocución por la radio advirtiendo contra los “espíritus enfermos (los violentos)”, a los que dijo “había que reducir por el honor y eficacia del movimiento”. Esa violencia lastró apoyos para la República y abocó a la deshonra pública a los revolucionarios anarquistas. ¿El President pudo hacer más? Tal vez sí. Pero salvó vidas a miles, directamente, concediendo salvoconductos o fletando barcos. Y esa también es parte de una verdad irrefutable. La misma a la que apelaba Queipo de Llano.