Política

Nadando con Kafka

La verdadera guerra que se despliega en Ucrania consiste en dirimir quién manda en el mundo. Qué modelo se impone

Probablemente sea una de las anotaciones de un diario más famosas de la historia. El 2 de agosto de 1914 Franz Kafka escribió: «Alemania ha declarado la guerra a Rusia. Por la tarde, fui a nadar». Y consiguió, con esas trece palabras, resumir la esencia de la capacidad que posee el ser humano para encontrar rendijas de cotidianidad en las que resguardarse de las adversidades más extremas y excepcionales que podamos imaginar. El escritor checo captó el mecanismo de protección que se instala en las rutinas, como una especie de bálsamo anestésico, y que evita el alarmismo y el terror paralizantes que determinadas situaciones generan, pero sus palabras se abren, también, a otra interpretación, más arriesgada y peligrosa, que implica esquivar la realidad a golpe de huida, eludiendo atribuir la verdadera dimensión a aquello que nos rodea. Ahora que el mundo contiene la respiración y todos los caminos conducen a Ucrania resulta más relevante que nunca ubicarse en ese complejo equilibrio que impide el bloqueo de temores excesivos y asume, a la vez y con claridad, la profundidad de lo que acontece. Más allá del pulso belicista evidente que agita los peores presagios en las fronteras de la UE (Borrell ha llegado a asegurar que es el trance más delicado desde 1945; ahí es nada), la tensión en el mar Negro nos sitúa, sin mayores ambages, ante el empuje de un nuevo orden mundial en el que está comprometida una realidad que trasciende la defensa de la soberanía de los estados, representada aquí en la legítima aspiración de formar parte de organizaciones internacionales, como la OTAN. La verdadera guerra que se despliega en Ucrania consiste en dirimir quién manda en el mundo. Qué modelo se impone. Si la pandemia ha contribuido a afilar la polarización global, el conflicto actual evidencia la pugna entre dos conceptos tan diferentes como incompatibles: el de Estados Unidos y Europa (ambos atrapados en el ensimismamiento de sus tensiones internas) y el de Rusia (con el determinante soporte de China). El fundamento de las democracias, respetuosas de los derechos humanos, enfrentado a regímenes autocráticos, de evocaciones imperialistas, con sus estrategias de desestabilización cibernética, en las que los límites legales se difuminan o, incluso, desaparecen. El drama de una contienda y las perniciosas consecuencias que ya asoman en forma de crisis económica se antojan daños mínimos ante lo que realmente arriesgamos en Kiev. El exiguo margen de quince días de paz olímpica que augura Putin abre una especie de tiempo para la reflexión en el que decidir si tomamos conciencia de la auténtica amenaza o nos quedamos mirando para otro lado, como nadando con Kafka.