Unión Europea
Más europeo que nunca
Detrás de un pragmatismo brutal está el desprecio del ser humano, de su subordinación de la moral a las necesidades del sistema
La semana pasada me hacía eco de una propuesta del presidente Macron en el discurso de apertura de la presidencia francesa rotatoria de la UE, sobre la consideración del aborto como derecho humano fundamental. Esto supondría, entre otras cosas, que no podríamos ser considerados ciudadanos europeos quienes no estuviésemos de acuerdo con esa consideración. Quienes no estemos de acuerdo, sin embargo, a pesar de todo nos consideramos tras esta aseveración y deseo o propuesta disparatada del Sr. Macron aún más europeos que nunca. Hace unos meses se celebró el quincuagésimo aniversario de la firma de los Tratados de Roma, hito de la máxima importancia en el camino de Europa. Buena ocasión para preguntarse: ¿Hacia dónde se encamina Europa ahora, cincuenta años más tarde? La verdad es que no se sabe muy bien. Parece indudable que, a juzgar por cómo piensa su presidente interino, el Sr. Macron, está tomando una ruta diferente a la que buscaron para ella los creadores de la nueva Europa.
Para aquellos padres de la unificación europea, tras la devastación de la Segunda Guerra Mundial, era claro que había que asentarla sobre aquellos fundamentos que habían dado su dignidad a Europa, y habían hecho de ella a lo largo de siglos, más allá de su concepto geográfico, un concepto cultural e histórico, un verdadero «acontecimiento del espíritu»: cuna y morada de las ideas de persona, verdad y libertad, es decir, de la dignidad humana. Ahí está la identidad de sus pueblos. En la identidad de «la casa común» de Europa se nos plantea la tarea de preguntarnos por aquello que pueda garantizar el futuro de Europa y que sea capaz de mantener su identidad interna a través de los cambios históricos. Se nos plantea, pues, la insoslayable tarea de edificar sobre lo que hoy y mañana prometa mantener la dignidad humana y una existencia conforme a ella. No cualquier tipo de integración que sobrevenga equivale por sí misma a un futuro europeo; sólo si se salvaguarda esa dignidad y esa existencia conforme a ella. «Una comunidad que se construye sin respetar la auténtica dignidad del ser humano, olvidando que cada persona está creada a imagen de Dios, acaba por no traer nada bueno».
Declarar el aborto como un derecho fundamental no respeta ni promueve la dignidad humana. Todo lo contrario. Benedicto XVI lo dijo ya con la claridad que le caracteriza: «no se puede pensar en edificar una auténtica ‘’casa común’', descuidando la identidad propia de los pueblos de nuestro continente. Se trata, de hecho, de una identidad histórica, cultural y moral, antes que geográfica, económica o política; una identidad construida por un conjunto de valores universales, que el cristianismo ha contribuido a forjar, desempeñando de este modo un papel no sólo histórico, sino de fundamento de Europa».
Es claro, por ejemplo, como pretendió el marxismo en los países de socialismo real, que no podemos edificar «la casa común europea» sobre concepciones en las que el espíritu es considerado como producto de la materia; o en las que la moral es vista como producto de las circunstancias y definida y puesta en práctica conforme a los fines de la sociedad; o en la que se estime que todo vale y es moral en cuanto sirva para alcanzar el estado final «feliz» y logro del progreso de esa misma sociedad. Todo ello culminó con la perversión de los valores que habían construido Europa; y cayó, y se desmoronó en escombros. En escombros también podría desmoronarse Europa si ya no hay valores independientes de los fines del progreso contra de la vida. A partir de ahí, todo podría estar permitido o estimado necesario, hasta «moral» en un nuevo sentido. Detrás de un pragmatismo brutal está el desprecio del ser humano, de su subordinación de la moral a las necesidades del sistema. Ahí está la quiebra de humanidad, la destrucción de la conciencia moral. Una verdadera hecatombe social y humana.
La edificación de la «casa común europea», para ser algo más que un conjunto de relaciones empíricas, ha de construirse sobre la afirmación de la persona y los derechos fundamentales anteriores a cualquier ordenamiento de la sociedad. Construirse sobre la posibilidad de respuesta a las cuestiones de fondo que han sacudido dramáticamente la cultura europea. Por ello, es necesario recordar y exigir la vigencia de la dignidad humana previa a toda acción y decisión política, decisivo para el futuro de Europa y de los europeos, de todos, también de los españoles y de nuestra Nación. Por eso, reducir lo cristiano, y la fe a la privacidad, como se pretende, es impulsar a Europa a que deje de hacer su historia. Y por eso yo más europeo que nunca, porque eso es Europa, porque creo en la dignidad inviolable de todo ser humano, más aún del indefenso y del inocente. Lucharé por eso, nadie podrá apartarme del amor al hombre, sobre todo si es débil, inocente e indefenso. Nada ni nadie podrá apartarme del amor. Ni Macron ni nadie podrá quitarme mi ser de Europa, fiel al espíritu del Tratado de Roma y a otros europeístas como los últimos Papas. Por eso más europeo que nunca, Sr. Macron y otros que le sigan.
Antonio Cañizares Llovera es cardenal y arzobispo de Valencia
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