Fuerzas Armadas

Lo nuestro

Nadie defiende con entusiasmo lo de otro, pero todos defienden con denuedo lo propio

Luis García - Mauriño

Cuenta don José Lorente Ferrer, en su artículo del pasado 29 de enero en la Razón, que la sociedad española carece de una cultura de defensa arraigada. De hecho, y según la encuesta del CIS de 2017, el 54,9% de los ciudadanos respondieron que no participarían voluntariamente en la protección de España si fuera atacada.

Los españoles de ahora no somos los primeros en pensar de este modo. Narra Heródoto que, hace mucho tiempo, existía un pueblo en la costa norte de Anatolia. Un buen día decidieron que la causa fundamental de las guerras era la desconfianza y ellos que, como cualquiera, ansiaban vivir en armonía y libertad, dieron valientemente el primer paso y derribaron las murallas de su ciudad para demostrar a todos su voluntad de paz. En un principio, esa política pareció funcionar, pero, transcurridos cincuenta años, un pueblo que llegó desde el norte debió tener otra opinión, pues mató a todos los ancianos, niños y hombres, y tomó como esclavas a las mujeres. La historia no ha guardado para la posteridad el nombre de ese pueblo. Una pena, porque ahora tendríamos un nuevo sinónimo de la palabra ingenuidad.

La realidad se impone siempre, más allá de los buenos deseos, y, cuando llega el momento, las cosas son como son y no como uno quisiera que fueran. Así que es conveniente anticiparse y estar preparado, pues de lo contrario habrá que luchar en condiciones de desventaja, pagando un precio mucho más alto y con riesgo, no solo de desaparecer o ser esclavo, sino de sufrir la humillación póstuma de que la historia no recuerde ni siquiera tu nombre. ¿Qué es lo que nos impide esta anticipación, este desarrollo de la «cultura de defensa» en España?

Hay varias razones que dificultan ver lo evidente, aunque todavía se difumine en un nebuloso futuro: el egoísmo, la sensación de seguridad, los muchos años de paz, las alianzas de seguridad y defensa –aunque algunas no resultaran muy confiables en un pasado muy reciente–, y una sociedad «adormilada y engañada en un mundo paralelo de paz y amor». Pero, de entre todas, quizá la razón más fuerte para que los españoles no estemos preocupados por la defensa de lo nuestro sea…lo nuestro.

Quizá los españoles de hoy, que hemos tenido la fortuna de nacer en una gran nación, no prestemos suficiente atención a la suerte que tenemos y creamos que España está ahí desde siempre y para siempre, que nada la amenaza y que no necesita ser defendida. Incluso hay algunos a los que no les gusta España, sin entender que todo lo que son, lo que aman y lo que odian, sus esperanzas y sus frustraciones, sólo existe y está en España, que es la base de todo.

España es la tierra que pisamos, la lengua que hablamos, los nombres y los apellidos que fueron tomando forma a lo largo de los siglos. Es la historia y la cultura grandiosas que heredamos, quizá sin merecerlo. España es el sitio que de verdad nos pertenece; en otros lugares sólo somos invitados temporales, advenedizos que tendrán siempre derechos incompletos. España es un sinfín de paisajes diversos y de climas diferentes, como si vinieran de continentes lejanos y se concentraran en una tierra en la que ha sucedido todo y en la que cabemos todos. España son las risas y las voces, los chistes y las canciones, el trato llano y directo que siempre nos caracterizó y que abrió el mundo a nuestros antepasados. España es ese vínculo invisible que nos une, complicidad para los paisanos, genética para los científicos, misterio para los filósofos, alma para los poetas. España es lo nuestro. Lo de todos y lo de cada uno. Y España es también nuestra libertad.

Nadie defiende con entusiasmo lo de otro, pero todos defienden con denuedo lo propio. Por eso, pensad, y no despreciéis con inconsciente soberbia lo que añoraréis con lágrimas amargas cuando lo hayáis perdido.

¡Españoles, despertad! No deis razones para que se vuelvan de nuevo ciertas y justas las palabras de la madre del último rey nazarí de Granada: «Llora como mujer lo que no supiste defender como un hombre».