España

Hostiles

La hostilidad se ha vuelto habitual en España, convertida en un país de hostilidad profesionalizada

La hostilidad es una actitud de enemistad, antipatía o incompatibilidad hacia alguien, sobre quien se ejercen acciones agresivas. Un término muy usado en lenguaje militar. Toda acción militar hostil significa un ataque. Cuando se habla de «romper las hostilidades», ya todo está perdido y con una última acción se inicia la guerra. Un ambiente hostil es aquel que mantiene circunstancias de abuso, amenaza y ofensa. Muchas personas trabajan en entornos laborales hostiles, donde las condiciones ambientales resultan desquiciantes. La hostilidad solo la soportan los profesionales capacitados: un capitán general del mar océano, como Álvaro de Bazán, o antiguos agentes dobles del espionaje soviético. Si bien, la hostilidad se ha vuelto habitual en España, convertida en un país de hostilidad profesionalizada: pregunten a esos señores que no consiguen operar con sus cuentas corrientes porque les están obligando de malos modos a ponerse al día en informática ahora que las dioptrías no les dan ni para escribir la lista de la compra. Pero no solo la hostilidad se ha instalado en la vida privada, también en la Administración pública. Del «Vuelva usted mañana» de Mariano José de Larra hemos llegado, siglos mediante, al «¡¡¡Prohibido el paso sin cita previa!!!!» escrito en grandes mayúsculas de color rojo colérico, pegadas en forma de cartel amenazador a cada puerta de las oficinas de la (supuestamente) «Atención al contribuyente». Porque la paranoia covidiana ha facilitado que los «cuellos de botella» ancestrales de la Administración española se conviertan en «pescuezos de botellón», y ahora ni siquiera para pagar le dan al contribuyente facilidades. Por no hablar de que la Administración prefiere obtener todo rédito impositivo por la fuerza antes que amigablemente y de común acuerdo. Y lo que la sufrida contribuyenta no entiende es que crezca de manera fantástica la Administración pública cuando quien contribuye tiene cada día menos trato personalizado, menos facilidades –ni siquiera de pago–, ninguna ventanilla... Pues resultó cierto que hay dos Españas: la que cobra y la que paga. Y esta última –fustigada y humillada–, sufre una hostilidad institucional casi artística.