Elecciones Castilla y León

Maneras de votar

Los continuos avances en informática y análisis de datos nos transforman en el ser más manipulable que haya existido a lo largo de cualquier etapa de la historia

Contaba un ministro hace unos años su particular clasificación de las elecciones. Describía algunos comicios como los propios del neocórtex y otros los ubicaba más cercanos al hipotálamo. Y no. No se trataba de una lección de neurociencia. Diferenciaba aquellos procesos en los que los ciudadanos primaban las decisiones racionales de esos otros en los que las emociones se convertían en el motor de las acciones. Tenía mérito su teoría elaborada antes, poco antes, de que nos lanzáramos al furor electoral que desde 2015 apenas nos ha dado treguas ni remansos sin campañas y que ha demostrado, efectivamente, los distintos tipos de votaciones que pueden producirse. En este tiempo hemos elegido a nuestros representantes a favor de unos y en contra de otros, como castigo y como premio, desencantados y eufóricos, apoyando incondicionalmente a un líder o confiando en las bondades de un programa, blandiendo el voto útil o ejerciendo otro más bien de capricho. Siendo todos (por supuesto y faltaría más) igual de válidos, terminan convirtiéndose en el reflejo de cada una de las sociedades que los emiten y aportan las pistas para delimitar por dónde van los proyectos comunes. Pocos ejemplos que nos encuadren tan bien la amplitud del espectro electoral como el del Brexit, por un extremo, para comprender el éxito de los sentimientos oportunamente pulsados por gurús mercadotécnicos o, por el otro, la apuesta portuguesa de hace apenas dos semanas por la estabilidad y el sosiego del rechazo a coaliciones constatadas ya como insostenibles y poco firmes. «Saudade» de la solidez. Y apreciamos así dos estilos de sufragio tan antagónicos como contemporáneos que conviven, se alternan y nos acercan, a veces, a las teorías del historiador Yuval Noah Harari que alerta de que los continuos avances en informática y análisis de datos nos transforman en el ser más manipulable que haya existido a lo largo de cualquier etapa de la historia (más formados, pero más influenciables). Con el añadido, además, de los muchos soportes técnicos que aceleran las comunicaciones, reducen el pensamiento crítico e impulsan la supremacía de la imagen por encima de cualquier argumento. Un riesgo muy siglo XXI. Confiaba Garrigues Walker, avanzada la pandemia, en que una de sus principales consecuencias en el ámbito público «tras la concatenación de la crisis sanitaria y la económica, sería la de imponer un giro realista en las democracias, tras unos años de giro afectivo». Esto es, la validación de la gestión y los resultados frente al poder de las consignas y los eslóganes, acuérdense del neocórtex y del hipotálamo. Ahora ya solo nos queda reflexionar y discernir con qué parte del cerebro se votó ayer.