Pablo Casado

Mira que se lo advirtieron

Y mira que se les dijo que se habían equivocado cuando decidieron –estrategia de una torpeza tan descomunal como insólita– parar los pies a Ayuso

Es posible que Casado haya dimitido cuando usted me esté leyendo. Y ya habrá sido tarde. Es posible también que él mismo se esté haciendo la almodovariana pregunta de qué ha hecho él para merecer esto. O quizá no. Cabe la presunción de que todavía no se haya enterado de por dónde le han venido ni a qué lobos alimentó casi desde el principio de su ascenso. Algunos militantes del PP recuerdan que regresó de Valencia con el machete desenfundado y que incluso cuando alguien propuso la idea de enriquecer los órganos de dirección del partido con brillo de gente nueva y talentosa desechó aquella idea por innecesaria. Se bastaba con su guardia. Se bastaba, parece ser, con Teo.

Tuvo el presidente del PP oportunidad de soltarlo el día después del Ayusazo, cuando decidió devolver la bomba que la pareja de Génova había creído colocarle bajo la alfombra. Pero no lo hizo. Más bien al contrario; se puso el chalequillo del murciano y salió a decirle a Herrera que la Ayuso era una corrupta que había permitido que su hermano se lucrara bajo el paraguas de Madrid.

Ayer, en un intento desesperado por salvar al jefe, fue el propio Egea el que presentó su dimisión. Pero me malicio que ya era tarde. Porque estos están llegando tarde a todo. No parecían escuchar consejos ni han entendido el valor del tiempo.

Y mira que se les dijo que se habían equivocado cuando decidieron –estrategia de una torpeza tan descomunal como insólita– parar los pies a Ayuso. Se levantaron autorizadas voces del partido y hasta los números decrecientes en las encuestas hablaron con una elocuencia digna de mejor atención. Pero siguieron golpeando. Mantuvieron el ariete hasta que la cercanía de las elecciones en Castilla y León que la pareja forzó adelantar para buscar un refrendo frente a la madrileña, obligó a una tregua temporal.

Lo que no sabíamos es que además del ariete público, la ilustre pareja había urdido un plan secreto para presionar a la propia presidenta con información incómoda sobre los negocios de su hermano. Se lo contaron, la presionaron y ahí quedó la cosa. O eso creían: le hemos puesto el explosivo bajo la silla, no se moverá. Pero llegó la elección autonómica adelantada como estrategia y se evidenció el fracaso. Fue entonces cuando la parte que se sintió extorsionada decidió lo inesperado: despegar la bomba de los bajos de la silla y meterla directamente en el despacho de Casado.

Y todo se hizo trizas. Y el partido explotó.

Pensó Casado que la cosa no iba con él, que la onda expansiva no le afectaría y su primera reacción fue mandar a Teo con el Cetme a por Ayuso. Al día siguiente decidió salir él de entre los escombros armado con artillería. Pero en realidad uno y otro se estaban disparando a sí mismos, estaban cavándose la tumba.

Pablo Casado y Teodoro García Egea han sido incapaces de levantar propuesta alguna de verdadera acción política. El éxito de Ayuso desnudó también su imposibilidad de ilusionar. Ni siquiera vieron la necesidad de cimentar su poder en sus capitanes de regimiento que presiden autonomías: no hay estrategia más suicida que disparar a los tuyos cuando te están abriendo el camino. Pero, claro, mal vas si crees que esa apertura es para acabar contigo. O eres débil, o tonto. Y en cualquier de ambos casos estás incapacitado para liderar.