Guerra en Ucrania

Ucrania somos todos

La paz no se puede garantizar desde las proclamaciones de pacifismo buenista

Ucrania, sede de todo el dolor del mundo en estos momentos, es, además, el epicentro de la ofensiva de los enemigos del orden internacional y la democracia liberal y el escenario de una grave amenaza contra la estabilidad en Europa, que afecta a su modelo de convivencia. De hecho, la injustificada agresión del régimen ruso contra territorio ucraniano, además de suponer una ruptura criminal de la legalidad internacional en un aspecto tan sagrado como la inviolabilidad de las fronteras, rompe en pedazos los pasos que nuestros países, inmersos en las consecuencias de una grave pandemia, estaban dando hacia la recuperación. La guerra misma, pero también las sanciones y represalias, van a suponer un enorme coste que recaerá sobre todos los europeos, empezando por los costes de la energía, siguiendo por los precios de las materias primas, también por los suministros y, en consecuencia, el lastre de toda la producción mundial.

Una guerra de la que Europa tiene la obligación de extraer profundas lecciones, porque igual que no es sensata la dependencia energética de Rusia, tampoco lo es que no hayamos sido capaces de dotarnos de un sistema de defensa europeo que compense el progresivo retraimiento estadounidense que han protagonizado Obama, Trump y el propio Biden. Europa debe tener plenas capacidades para defender la integridad territorial de las naciones que la conforman, la legalidad internacional y, por supuesto, el sistema liberal democrático y económico que configura nuestro modo de vida. Y ello, a la luz de la evidencia de que la invasión de Ucrania es, de hecho, la mejor prueba de que la paz no se puede garantizar desde las proclamaciones de pacifismo buenista. El apaciguamiento se ha demostrado perfectamente inútil frente a un personaje tan tóxico como Putin, que continúa en Ucrania lo que empezó en Osetia, Crimea y Bielorrusia, y que ya se muestra claramente como lo que es: un dictador expansionista que dispone de un arsenal nuclear para amenazar al mundo y también de armas informativas de destrucción masiva de la verdad, para lo que cuenta con una ciberesfera que todos los radicales y desestabilizadores del planeta, incluidas sus marcas blancas políticas, ya conocen bien.

Es evidente que estamos ante un riesgo para nuestro continente y para el mundo entero que estamos obligados a conjurar por nuestra propia supervivencia. Y es fundamental que entendamos qué es Rusia en estos momentos, dado que estamos ante una nación regida por una autocracia que ejerce un control totalitario de la población, en un espacio sin libertades reales ni democracia efectiva, sin división de poderes ni pluralismo. Esa es, de hecho, su única ventaja táctica, porque su poder y su elección de la violencia no depende de la opinión pública.

España debe mantener la lealtad que ya ha manifestado a sus aliados y también una actitud de firmeza. Debe hacerlo por solidaridad con el pueblo de Ucrania, un estado soberano que ha sido atacado, para defender la legalidad internacional, pero también por razones internas que afectan a nuestros intereses como nación.

Se necesita altura de miras y, para ello, es mejor que el Gobierno se apoye en el Partido Popular, siempre leal en las cuestiones de Estado, antes que en esos socios gubernamentales y parlamentarios profundamente desleales con los intereses generales de la nación y que empiezan a mostrar actitudes dudosas ante un asunto mollar en el que nos jugamos mucho, puede que todo, porque se trata, nada más y nada menos, que de una cuestión de puro patriotismo democrático.