Partido Popular
Yo no he sido, pero sí
Casado prefirió meter el dedo en la llaga aun a riesgo, o quizá con esa intención, de molestar hasta la indignación a sus aún compañeros de filas
Se había olvidado Marisa, como todos, de Casado y sus cuitas, de sus adioses y penurias, arrastrada su atención hacia el horror de la guerra en Ucrania, y resulta que andaba el palentino por Europa despidiéndose de sus conmilitones populares europeos. Le sale el término de chusca evocación militar casi sin pensar, no sabe si influida por la omnipresencia del fuego y la muerte desde hace dos semanas en las teles y en la radio, o porque se le quedó grabado que el último episodio de la presidencia casadista fue la explosión en Génova de la mina que su generalote Egea le había colocado a Ayuso debajo del sillón. Mina que la supuesta víctima devolvió convenientemente reforzada a la sede de Génova para que le reventara las costuras y el armazón a la pareja conspiradora que ya se creía victoriosa.
Hay una suerte de incomodidad en la metáfora bélica de un desencuentro partidario cuando la guerra de verdad, la que se lleva por delante vidas y proyectos, ciudades y amores, está tan presente hoy entre nosotros y se nos clavan en el alma los testimonios de quienes la padecen. Pero Marisa piensa que en realidad todo son violencias con gradaciones distintas: el dolor supremo, inmenso, inabarcable de la muerte y el abandono, no son equiparables a la muerte política o el fracaso profesional, pero contemplarlas como expresiones distintas de una misma condición humana nos ayudan a entendernos. Y aprender de lo que nos pasa.
Casado, eliminado ya del juego político, se ha tomado su pequeña revancha con el partido que lo abandonó exhibiendo ante sus compañeros europeos la condición de freno a la extrema derecha con que le ha permitido quedarse su abrupto final. Sabe perfectamente que de haber seguido en la presidencia hubiera tenido que tragar con el pacto de Mañueco con Vox. Y quizá explicarlo también a sus colegas, lo que hubiera sido infinitamente más complicado. Pero prefirió meter el dedo en la llaga aun a riesgo, o quizá con esa intención, de molestar hasta la indignación a sus aún compañeros de filas. Alguien le intentará sacar los colores en el congreso de Sevilla, apueste usted por ello.
Oportunista, sí. Y quizá desleal, también. Pero estima Marisa que algo de razón tiene el ex presidente que llegó a marcar una distancia aparentemente insalvable con Abascal en el Parlamento y en cuyo haber no hay un solo pacto de gobierno con Vox. De gobierno. Porque en Andalucía y Madrid se apoyan en ellos. Y una cosa es gobernar y otra ir trampeando con acuerdos puntuales.
Ahora bien, el nuevo Casado adalid del antipopulismo españolista es también, y eso en su medallero pesa un quintal, responsable de la deriva política de Castilla y León en tanto impulsor de un anticipo electoral que ni quería Mañueco ni era estrictamente necesario. Pero creyó él y creyó su particular Yago murciano que con esa operación engordarían la armadura frente a la rampante Ayuso y se fueron a una batalla que en realidad sólo ellos daban por ganada. Y pasó lo que pasó. Que al final el único triunfo es el de Vox, la pareja está ya muerta políticamente, y Mañueco le ofrece hoy a los castellanos y leoneses un cambio de cromos en el que se cae Igea y entra un chico con barba, pinta de buen yerno y voz modulada, de cuyo nombre ni se acuerda Marisa, ni acaso se acuerden sus electores. Lo mira ella en Google. Sí, se llama Juan García Gallardo. Y será vicepresidente en un gobierno con tres consejeros para Vox que también va a presidir las Cortes de Valladolid, la más antigua institución democrática que sigue viva en España.
Es curioso cómo un partido que reniega del régimen autonómico, se empeña y consigue formar parte de un gobierno autonómico. Tanto empeño ha puesto que le han dado un pleno. Lo de Mañueco con Vox le parece a Marisa que es más una claudicación que algo negociado. Convenir, pactar, es también renuncia, pero aquí da la impresión de que al menos una de las partes, Vox, ha renunciado más bien poquito. Quizá a cambio de aligerar su presión en territorios como inmigración o violencia machista, o hasta olvidarse de la memoria histórica, que es mucho olvidar.
Trasteando en internet se topa Marisa con la imagen de Moreno Bonilla. Contento debe estar, piensa, con el pacto que afilará la oposición andaluza para cortarle las alas del ascenso electoral que vaticinan las encuestas. Ni él ni Feijóo deben estar celebrando la componenda, aunque se vean obligados a reconocer que probablemente no había más remedio. Un gobierno con Vox para estrenar su mandato no es el mejor posible de los comienzos. Recuerda Marisa, flamenca y rociera, que dicen los gitanos que para sus hijos no quieren buenos principios, porque lo bueno puede llegar después.
Vuelve a encontrarse a Casado recién cobrada su pequeña venganza con quienes le despojaron de una majestad que estaba convencido de merecer. Lee Marisa que algún dirigente del Partido afirma que no ha tenido talla ni para marcharse. En el texto no se aclara quién lo ha dicho. Una fuente, como suelen decir los periodistas. Seguramente algo de razón tiene.
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