El precio de los carburantes

Transformación energética

La mejor forma que tenemos para reconvertir nuestro modelo productivo es permitir que cada compañía explore y experimente con sus propias propuestas

Que Europa está abocada a una transición energética profunda es algo bastante obvio. Hasta comienzos de este año, el principal motivo que la impulsaba era la voluntad de los gobiernos por descarbonizar la economía para así frenar el avance del cambio climático. Desde febrero de este año, empero, existe otro motivo para esa transición energética profunda: el nuevo posicionamiento geopolítico de los gobiernos europeos frente a Rusia (uno de los principales productores mundiales de gas y petróleo).

La transición energética va a implicar un hondo reto para muchas empresas, no sólo para las consumidoras de energía sino también para las productoras de la misma. Los consumidores de energía deberán adaptarse a un entorno donde los combustibles fósiles tendrán un permanente y creciente sobrecoste en forma de derechos de emisión de CO2; a su vez, deberán adaptarse a un entorno donde el gas ruso probablemente sea bastante menos abundante que hasta el momento. Los productores de energía, por su parte, deberán alterar su estrategia de suministro energético a largo plazo: si regulatoriamente se va a modificar el mix energético actual, entonces las compañías suministradoras de energía que no se adapten a ese nuevo contexto regulatorio no serán capaces de sobrevivir.

Podrá debatirse si la regulación medioambiental que se está imponiendo en Europa es la más sensata –sobre todo en materia de plazos de cumplimiento–, pero es una obviedad que, dada la misma, el sector va a tener que ajustarse a ella le guste o no. Por ejemplo, y en este mismo sentido, Cepsa, una compañía tradicionalmente volcada en el sector de los combustibles fósiles ha presentado esta semana su plan estratégico para transformar la compañía durante la próxima década: hasta 8.000 millones de euros en inversiones para modificar radicalmente tanto el tipo de energía que producen como el tipo de servicio que ofrecen a los ciudadanos. Por un lado, Cepsa se ha marcado como objetivo convertirse en líder nacional en la producción de hidrógeno verde y de biocombustibles de segunda generación: ambos combustibles pueden llegar a ser una alternativa para descarbonizar sectores que ahora mismo emplean masivamente combustibles fósiles, como puede ser el transporte marítimo, el transporte aéreo, el transporte pesado por carretera o industrias muy intensivas en energía (como las cementeras o las azulejeras). Por otro lado, Cepsa también modificará sus estaciones de servicio para instalar una amplia red de recarga ultrarrápida por carretera: durante los próximos años, se crearán 20 puntos de recarga ultrarrápida por semana con el objetivo de que termine habiendo uno cada 200 kilómetros en los principales corredores interurbanos. A su vez, y para el transporte pesado por carretera, la compañía también proyecta instalar una estación de hidrógeno cada 300 kilómetros hasta 2030. Una mutación integral de la compañía.

Sea como fuere, parece evidente que nuestra economía va a tener que transformarse intensamente durante las próximas décadas: y lo fundamental para que esa transformación salga bien es que se haga desde dentro de las empresas y en el marco de un mercado competitivo y sin privilegios regulatorios. La mejor forma que tenemos de incorporar el conocimiento disperso y la innovación continuada a reconvertir nuestro modelo productivo (y energético) es permitir que cada compañía explore y experimente con sus propias propuestas y que, finalmente, sea el mercado (los consumidores) y no el Estado (los políticos) quien valide los mejores y los peores proyectos.