Cine

«Ven y mira»

En realidad, esta obra, maestra y escalofriante, es un extraordinario alegato pacifista.

Gracias a la sabia recomendación de Carlos Zúmer y Rafa Latorre, compañeros de «Más de Uno» en Onda Cero, he podido ver en Filmin, y en su edición remasterizada, «Ven y mira», la extraordinaria película de Elem Klimov, estrenada en Moscú en 1985. Un año después, entrevistado por Ron Holloway en el Festival de Cine de Denver, el director ruso subrayó que había sido el más difícil de sus trabajos. Se comprende, como también se comprende que no haya filmado nada más hasta que murió en 2003.

Se suponía que la película celebraría el cuadragésimo aniversario de la victoria soviética contra los nazis, relatando las atrocidades que estos cometieron en Bielorrusia en 1943, a través de los ojos de un adolescente, Flyora, que decide abandonar su aldea y unirse a los partisanos que luchaban contra los alemanes. Y a todo eso asiste el espectador, que poco a poco va entendiendo por qué Klimov describió su filme no solo como antifascista sino como antibelicista. En realidad, esta obra, maestra y escalofriante, es un extraordinario alegato pacifista.

Es bastante más que una versión rusa de «Apocalipsis Now», aunque el título, efectivamente, remite a los horrores de la muerte, revelados en el último libro del Nuevo Testamento. Como apuntó Gregory J. Smalley: «La película mira al mal de frente. Los nazis, por supuesto, son irremediablemente perversos, pero los partisanos bielorrusos no son santos. Por intensas que puedan ser las escenas de combate en películas americanas como “Salvar al soldado Ryan”, “Ven y mira” es más despiadada y honesta, sin ofrecer una sensación de triunfo justo. No hay redención. Al final solo queda el rostro trágico y desolado de Florya».

Eso es lo que hace que esta película resulte tan perturbadora. En muy poco tiempo, los shakespearianos «perros de la guerra» sacuden, abruman, horrorizan y envejecen espectacularmente a Florya, al que la cámara contempla en primeros planos que no enseñan realmente nada más que la zozobra y el desconcierto.

No anticiparé, naturalmente, el final, pero me ha parecido ejemplar en su mensaje radicalmente pacifista. Y, repito, en este gran trabajo de Klimov no hay equidistancia en absoluto: los nazis son claramente pintados peor que los comunistas. Pero lo peor de todo, y lo que va apareciendo con cada vez más nitidez, entre realismo y surrealismo, es la guerra.