Opinión
Van a por todas
La lucha por la vida tiene en Estados Unidos enemigos poderosísimos y el lobby abortista anda empeñado en no ceder en su programa de muerte
Hace un par de semanas hablé de la filtración que ha convulsionado el mundo judicial y político norteamericano. Y no sólo el de ese país. Me refería a la filtración de un proyecto de sentencia que supondría cortarle las alas a la jurisprudencia fijada desde 1973 con la sentencia Roe vs. Wade, que declaró que abortar en determinados plazos constituía –y aquí está el meollo– nada menos que un derecho constitucional. También recordaba que esa sentencia fue criticada porque el Tribunal Supremo se erigió en legislador y, además, constituyente: innovó la Constitución y «reguló» el aborto.
En estas semanas han ocurrido muchas cosas. Por una parte, la filtración era maliciosa, parece que procedió del propio Tribunal, se hizo a un medio afín y perseguía echar a la opinión pública contra la mayoría del tribunal, que apoyaría enmendar a Roe vs Wade. La reacción fue inmediata y los demócratas del Senado promovieron una ley que garantizase en todo el país el aborto y lo blindase frente a esa sentencia inédita, iniciativa que fracasó por pocos votos; y para decirlo todo apunto que un senador demócrata votó en contra y dos republicanos a favor.
Fuera de la filtración, podría pensarse que, en el fondo, asistimos al funcionamiento de las instituciones. Pero no. Por lo pronto Biden, que cada día demuestra que es un pobre hombre que ejerce de hombre más poderoso del mundo, la lio atacando al Tribunal Supremo y a quien defienda la vida del no nacido: tras tildar a la mayoría de sus jueces de «trumpistas» –entre nosotros, extrema derecha–, lamentó que el Senado haya paralizado ese proyecto de ley que garantizaría el aborto y prometió «que iría más allá de Roe vs Wade», es decir, más aborto. Esto el católico Biden y quien no se quedó corta fue la también católica Nancy Pelosi, presidenta del Congreso, que afirmó algo lacrimógeno: «en la semana del día de la madre, el Tribunal Supremo ha abofeteado a las mujeres en la cara».
Si así bufan las más altas magistraturas progresistas de los Estados Unidos sus activistas de calle actúan. Según las crónicas de estas semanas, el acoso a los jueces del Tribunal Supremo –sólo a los que ese pobre hombre, Biden, llama «trumpistas»– se ha incrementado y grupos radicales se han concentrado en el domicilio del juez Samuel Alito, autor del borrador filtrado. También sufrieron lo que aquí llamamos escraches, los jueces Kavanaugh y hasta el presidente del Tribunal, Roberts. Cómo será que se les ha puesto protección.
Así se las gastan los progresistas, aquejados allá y aquí de una misma patología que se transmiten con más celeridad que el coronavirus. Por ejemplo, nada menos que el líder demócrata del Senado, Chuck Schumer, apoya esos escraches porque «no tiene ningún problema con que se proteste frente a las casas de los jueces del Tribunal Supremo», unas declaraciones que podrían salir de la boca de cualquier progresista nacional, parlamentario, extraparlamentario o gobernante, antisistema o que vive del sistema. O lo dicho por el congresista afroamericano y demócrata, Hakeem Jeffries, que entrevistado por la CNN llamó «odiador» a otro de los jueces –al también afroamericano Clarence Thomas– porque, según sus entendederas, enmendar a Roe vs. Wade le convierte en odiador: odia los derechos reproductivos y civiles y los derechos de las mujeres.
Hay muchas más reacciones progresistas a ese borrador de sentencia, y algunas son ya para nota: ahí está el augurio que hizo la Secretaria del Tesoro, Janet Yellen, que advirtió que mermar el acceso al aborto dañaría la economía del país; o la reacción de la alcaldesa lesbiana de Chicago, que legitimaría echar mano de la violencia porque, tras el acoso al aborto, el Supremo la emprendería contra los LGTB y demás letras.
Dicho esto, debe recordarse que esa sentencia, de aprobarse, no impediría abortar, pero rectifica a Roe vs Wade al negarle rango de derecho constitucional y dice que su regulación no compete a los jueces sino a las leyes de cada estado, es decir, a los ciudadanos mediante sus representantes. Si es así ¿por qué se oponen los demócratas a un planteamiento tan democrático?: pues porque la democracia vale si coincide con sus intereses y de darse esa libertad a los estados se limitará más el aborto, lo que ya está ocurriendo.
La lucha por la vida tiene en Estados Unidos enemigos poderosísimos y el lobby abortista anda empeñado en no ceder en su programa de muerte. Aquel país vive así un episodio más de la guerra desatada por la ideología woke, que va imponiendo una verdadera dictadura que no sólo expulsa al discrepante, sino que ataca a las instituciones. En el anterior artículo dije que Estados Unidos es una caja de resonancia mundial y si eso pasa en la que, creíamos, es la democracia más avanzada, piensen en la nuestra.
José Luis Requero es magistrado.
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