Opinión

Moro: mártir de su conciencia, patrono de los políticos

Soy consciente de que es remar a contracorriente reivindicar hoy la política como una actividad que «rectamente ejercida como servicio al bien común, puede llegar a ser una práctica eminente de la virtud de la caridad». Jamás hubiera osado hacer esta afirmación pero no es mía, sino de San Juan Pablo II –y recordada por Benedicto XVI y Francisco– con ocasión de la proclamación que hizo de Santo Tomás Moro como «Patrono de los políticos y los gobernantes» en el marco del gran Jubileo del año 2000 en Roma. La iniciativa partió del Senado de Italia rogando que al igual que tienen tantos otros oficios, actividades y profesiones, también tuvieran los políticos su Patrono. A medida que fue desarrollándose el proyecto a nivel de los Parlamentos del mundo en países de diversas religiones fue asumido por la Santa Sede y culminó en esa decisión. Fue realmente un acontecimiento para la historia la celebración de la «Asamblea mundial de los parlamentarios por el jubileo» celebrada en el Vaticano con asistencia de varios miles en representación de los cinco continentes y de todas las religiones, que culminó con la presencia de Juan Pablo II homenajeando a Santo Tomás Moro. Estaban presentes Gorbachov, Lech Walesa y muchos otros dignatarios mundiales en aquella jornada inolvidable. Políticos católicos, musulmanes, protestantes, ortodoxos, no creyentes, y de diferentes ideologías... reconocieron con su presencia y su testimonio el ejemplo de Tomás Moro como un auténtico servidor público y mártir de su conciencia, del que se sentían honrados con su Patronazgo. Ayer 22 de junio, es la fecha en la que la Iglesia católica le recuerda en su calendario litúrgico, evocando el testimonio de su vida como Canciller del Rey Enrique VIII y de su martirio, por anteponer su conciencia al deseo del monarca de que aceptara su divorcio y apoyara la fundación de la Iglesia Anglicana por no secundar el Papa su deseo. No está de más recordar que su primera esposa, de las seis que tuvo, fue Catalina de Aragón, hija menor de los Reyes Católicos Isabel y Fernando, de quien se divorció por no darle un heredero varón. Curiosamente, tras ejecutar a dos de sus seis esposas, al fallecer le sucederá María I hija suya. Inolvidables las palabras de Juan Pablo II al recomendar imitar en la actividad política a Tomás Moro en sus virtudes: «Fortaleza, buen humor, paciencia, y perseverancia». Su buen humor queda recogido para la historia con el testimonio de su acceso al cadalso para ser decapitado, rogándole al verdugo que «le ayudara a subir las escaleras, que para bajarlas se bastaría el solo». Un hombre para la eternidad.