OTAN
Los tomates de Pepa y la mujer de Biden
«Jill Biden, FLOTUS, que no come carne, se quedó asombrada ante un expositor con docenas de tomates rosa»
Gonzalo Torrente Ballester iniciaba su «Saga/Fuga de JB», realismo mágico gallego, con un «no, no lo sabemos y quizá no lo sabremos nunca». Tampoco sabemos si Jill Biden, la primera dama americana, antes de venir a Madrid, conocía más tomates que «los verdes fritos» de la película de Joan Avnat. Ahora, tras la cumbre de la OTAN es posible que nunca olvide los «tomates rosa» que tomó el martes en el restaurante el Qüenco de Pepa, en el barrio madrileño de Chamartín, cerca del Bernabéu, para los que no conozcan la capital. FLOTUS –es el acrónimo de «First Lady Of The United States» y es como la identifica el servicio secreto– llegó a comer a la muy española hora de las dos y media de tarde. Iba acompañada de sus nietas Maysi y Finnegan y de José Andrés, el penúltimo paradigma del sueño americano y de cómo un cocinero asturiano, desde la nada y sin saber inglés al principio, creó un imperio gastronómico y es amigo de Obama y de los Biden. También lidera el World Central Kitchen, una organización dedicada a repartir comidas por el mundo después de todo tipo desastres.
Jill Biden, que también es una persona como las demás, fue al servicio junto a una sus nietas. En el camino topó con un expositor repleto de docenas de tomates rosa y durante unos instantes los miró asombrada. Luego, asesorada por José Andrés, que fue quien la llevó al restaurante, pidió tomates y lo que quisiera Pepa –propietaria y chef–, no sin indicar que no come carne. Ocupó una mesa redonda en la esquina de la terraza. Sentada con la espalda hacia la pared, enfrente estaba José Andrés y ambos lados, cada una de sus nietas veinteañeras. No pudo pasar inadvertida por el aparatoso, pero muy correcto, equipo de seguridad que la acompañaba. Incluía, según sus protocolos, varios coches en la puerta y uno de ellos siempre con el motor encendido. A las muy españolas cuatro y media de tarde, seguía de sobremesa. (Nadie se fue de la lengua ni ha habido filtraciones. Todo muy sencillo. Por casualidad, mis sobrinos Diego y Nacho Azúa y este cronista almorzamos en el mismo restaurante en una mesa cercana. Lo vimos todo, escuchamos algo y comimos tomates, como FLOTUS.) «No, no lo sabemos», pero parece que le gustaron. Al fondo, la cumbre de la OTAN.
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