Feminismo
Feminismo en tiempos de velo
Todavía existen países, demasiados, en los que declararse feminista no es un juego de salón, un gesto o una pose ideológica
En 1949, mientras Simone de Beauvoir cimentaba el feminismo actual con «El segundo sexo», Alba de Céspedes construía la identidad de lo que era ser mujer a través de sus novelas en la Italia negra y asfixiante de posguerra. Su obra, opacada durante décadas y redescubierta ahora (rescatada en España, afortunadamente, por «Seix Barral»), lanzaba una ráfaga de esperanza «a favor de los oprimidos y las mujeres lo han sido durante siglos». De aquella sociedad italiana, sofocante y machista, a la actual media un abismo. El mismo que avala, en la mayoría de países occidentales y salvando la idiosincrasia y las particularidades de cada una, la consolidación de sistemas más justos e igualitarios. Pero aquella época, con sus circunstancias, no solo forma parte del pasado: aún es presente en otras coordenadas. Y constata que nuestro mundo se mueve a distintas velocidades y que la realidad de algunos no pasa de ensoñación o quimera para otros.
Irán es hoy uno de esos lugares en los que el tiempo pareció detenerse. O peor aún, retrocedió. En 1979, mientras España se asomaba al fin de discriminaciones consagradas en el Código Civil y el Penal (además de las ancladas en las costumbres, claro), las iraníes arrancaban el recorrido inverso. Aquella Revolución islámica las condenó a ser el eslabón más débil de una cadena de regresiones teocráticas que aspiraban a regir la vida de los ciudadanos con criterios tan científicos como «los rayos que emite el pelo de la mujer y que enloquecen a los hombres». Forzadas, desde entonces, a ocultar sus melenas, nos impactan ahora de lleno las protestas desencadenadas por la muerte de Mahsa Amini, la joven de 22 años detenida por llevar mal puesto el velo. La imposición de ese trozo de tela que, a veces, se reduce a debate menor para terminar confundido con modas o cuestiones aparentemente superficialidades, es, en realidad, la representación icónica de la falta de libertad y de una tutela tan atávica como injusta.
Todavía existen países, demasiados, en los que declararse feminista no es un juego de salón, un gesto o una pose ideológica. La frivolización a la que algunos nos tienen acostumbrados en España, en nuestros espacios acolchados, sin riesgos reales, distorsiona el valor supremo de la igualdad de género que consagra al separarlo de los más básicos derechos humanos, borrándolo del lenguaje común para adscribirlo a intereses partidistas y causando un daño irreparable a la percepción de las nuevas generaciones. Basta recordar a las «oprimidas» de Céspedes o dirigir la mirada ahora a Teherán para constatar lo que significa el feminismo. El de verdad.
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