Violencia de género

Eugenio, yo sí te creo

Ningún tuit de los políticos de los de «Hermana, yo sí te creo» se ha apresurado a dolerse de la magnitud de la herida de Eugenio García, que aguanta el trágico final a cinco años de «denuncias falsas y noches en el calabozo»

Dijo: «Esto no va de hombres ni de mujeres». Pudo pronunciar la frase aunque el llanto estuvo a punto de salirle al paso, claro, porque estaba enterrando a su hija Olivia, de seis años, presuntamente asesinada por su madre en el día que tendría que haberle dado la custodia al padre. Este hombre llorará con su familia, con los de su pueblo, la gente que no le conoce de la tele. No iba a servir de consuelo, pero ningún tuit de los políticos de los de «Hermana, yo sí te creo» se ha apresurado a dolerse de la magnitud de la herida de Eugenio García, que aguanta el trágico final a cinco años de «denuncias falsas y noches en el calabozo».

Casos como este, tomados así en caliente, que es como hay que tomarse el café, nos tendrían que llevar a pensar en si la llamada Ley de Violencia de Género, aun teniendo el consenso de casi todo el arco político, está bien diseñada o si vale para algo que no sea enfrentar a las partes y hacer inocentes a los culpables, o al revés. Desde que tal ley existe, no han disminuido las mujeres asesinadas por sus parejas, es más, lo que se creía el coletazo hereditario de otra época (en la que estaba mal visto el «hombre blandengue») ha resultado ser vanguardia en las nuevas generaciones que se espían el móvil y se tratan de putos y putas.

La Ley fue diseñada dando una patada a la presunción de inocencia. Es todo lo contrario a la igualdad en el momento en que el testimonio de la mujer se impone sobre el del hombre como si viviéramos en las cavernas y no hubiera otra manera de llegar a la verdad. Podría, si acaso, tragarse ese sapo si diera resultados. Si, de repente, la curva de la estadística se hubiera vuelto loca de alegría. Pero no ha sido así. Hoy tenemos a un pobre hombre en televisión que llora la muerte de su hija Olivia porque así lo quiso su ex mujer, Noemí, de 48 años y vemos cómo se ha politizado la muerte de un niño, que es un golpe de pecho depende del sexo, o del género, de quien comete el homicidio. La tortura de Eugenio es doble y nadie le pide ni medio perdón.