Política

El Berézina de Iglesias, Belarra y Montero

«Sánchez sabe que tiene la sartén por el mango y solo tiene que esperar a que sus aliados acaben en la papelera de la Historia»

A pesar de la permanente crisis que sufre la coalición socialista comunista es evidente que aguantará hasta el final de la legislatura. Es cierto que los líos se suceden uno tras otro, pero el interés les une con mayor fuerza que los principios o la coherencia. En el caso de Sánchez todo se reduce a un concepto utilitarista. Lo hemos visto con el exministro Campo al que fulminó con una fría llamada telefónica y un año después lo ha recuperado proponiéndolo para uno de esos chollos con los que sueñan todos los juristas. En un determinado momento dejó de serle útil y ahora sí lo es. La política no es una cuestión de afectos o amistad, sino un negocio. Por ello, un político eficaz tiene que ser, necesariamente, implacable. Guardo en la memoria una lección que me dio Jordi Pujol en esta materia. Era la primera legislatura de Aznar. Rajoy estaba en el Senado y había quedado para cenar con el todopoderoso presidente de la Generalitat, cuyos diputados eran fundamentales para garantizar la estabilidad parlamentaria. El debate se alargaba. Me pidió que me adelantara y le disculpara por el retraso.

Pese a nuestras diferencias ideológicas, siempre me llevé bien con Pujol y nuestra relación fue cordial. Al llegar al reservado estaba con Josep Gomis, que había sido conseller y en ese momento dirigía la oficina del gobierno catalán en Madrid. Le transmití las excusas por el retraso y me contestó «no te preocupes, lo entiendo perfectamente» y se giró a Gomis para decirle, con esos gestos bruscos que le caracterizaban, «ya te puedes ir». Uno de mis peores defectos, entre los muchos que tengo, es que no puedo disimular mis «caras». Tras su marcha me dijo «por qué te has sorprendido. Los consellers no son mis amigos. No salgo a comer o cenar con ellos salvo por cuestiones de trabajo». Estuvimos mucho rato hablando, que como siempre fue interesante. Era un tiempo político apasionante. Entendí muy bien que no se pueden crear lazos de amistad, porque en algún momento es necesario prescindir de ellos. Ya habían recibido la recompensa de ser, en este caso, consejeros. Sánchez lo ha hecho en numerosas ocasiones, sin que le temblara la mano. No solo lo entiendo, sino que lo comparto. Un presidente de gobierno no puede ser un amigo, colega o tertuliano. En cierta ocasión, un jefe de Estado, de un país que no identificaré, me dijo una lección similar: «claro que tengo amigos, pero mis amigos han de entender que no puedo ser un amigo normal».

Al presidente del Gobierno le resulta útil mantener la coalición y agotar la legislatura. Por supuesto, eso de que se quiere ir a la UE o la OTAN es una de esas chorradas sin ningún fundamento tan habituales entre los desinformados y los politólogos que hacen de periodistas, aunque no conocen a nadie. Me llevaría la mayor sorpresa de mi vida si no se presentara a las próximas elecciones. Es no conocerlo. Claro que las especulaciones son gratis, pero hay mucha intoxicación. Un político que se tragó a Pablo Iglesias como vicepresidente y que pacta con los independentistas o los filoetarras, a pesar de sus auténticos sentimientos personales, es capaz de soportar el infantilismo político de Ione Belarra e Irene Montero, así como los despropósitos de Iglesias. No hay nada que le pueda apartar de su camino que es agotar la legislatura e intentar ganar las elecciones. Por ello, está fortaleciendo un frente de izquierdas e impulsando a Yolanda Díaz para que sea el brazo ejecutor de los insufribles podemitas.

La otra pata de la coalición es una caótica amalgama que retrocede elección tras elección. Las autonómicas y municipales mostrarán claramente esa descomposición. Iglesias y sus protegidas están aislados. No pueden contar con Errejón y Más España, Colau y en Comu Podem, Baldoví y Compromís…. Y está en el horizonte la plataforma de Yolanda Díaz que quiere librarse del lastre de Unidas Podemos. El desastre de la «ley del solo sí es sí» es su Waterloo, es un ejemplo fácil para el gran «periodista» Iglesias, que se lleva por delante al sector asambleario del gobierno. El exvicepresidente ha encontrado su particular isla de Elba donde permanece enjaulado intentando acabar con sus enemigos imaginarios mientras que a su hueste le ha sucedido lo mismo que a Napoleón con su Grande Armée en la campaña de Rusia. Al comienzo eran unos seiscientos mil soldados y al final quedaron unos miles que lograron atravesar el río Berézina. Este término es utilizado en francés como sinónimo de «desastre». Al final murieron centenares de miles de soldados del ejército napoleónico, más de cien mil fueron capturados y se calcula que poco más de veinte mil lograron sobrevivir. Napoleón, como Iglesias, huyó de Rusia. Fue un acto indigno de un líder.

Ayuso estuvo muy acertada cuando dijo «España me debe una, que hemos sacado a Pablo Iglesias de La Moncloa». Tuvo que abandonar la política por la puerta de servicio. La humillación fue enorme. Es su Berézina. Bonaparte aguantó, sumando derrota tras derrota, hasta que tuvo que abdicar en 1814, aunque regresó para protagonizar un último y agónico final en los Cien Días. Fue la humillación de Waterloo y el exilio a Santa Elena, una isla perdida en el Atlántico, donde murió. Iglesias quiere sus «Cien Días», pero se ha quedado en telepredicador con una parroquia menguante. Sus escuálidas huestes aguantarán en la coalición, porque se han convertido en casta. Les gusta mucho. Lo entiendo. Eso de los coches oficiales, los sueldos públicos y los despachos ministeriales es más gratificante que buscar empleo. Sánchez sabe perfectamente que tiene la sartén por el mango y solo tiene que esperar a que sus aliados acaben en la papelera de la Historia.

Francisco Marhuenda es catedrático de Derecho Público e Historia de las Instituciones (UNIE).