El desafío independentista

Acabada la Transición, hay que ir a por todas

No te pasas por la piedra el Código Penal y a los jueces para acabar adelantando las elecciones

Dice un periódico de Barcelona que la rebaja del delito de malversación hay que enmarcarlo en «el afán de reparación de las relaciones entre el Estado y la Generalitat». Dice más cosas sobre «el proceso de pacificación del conflicto catalán» y los procedimientos «desinflamatorios» de los indultos y de la eliminación de la sedición, y uno se preocupa porque, por lo visto, no se ha enterado de nada de lo que pasó en octubre de 2017, cuando lo del barco «Piolín» y «el nos pasamos por el forro de los cojones lo que digan los tribunales».

A ver, electoralmente las cosas no han ido bien que digamos, y Pedro Sánchez ha hecho lo que han hecho todos los dirigentes socialistas desde la fundación del partido, con la gloriosa excepción del día que le pusieron de patitas en la calle, que es mantenerse en el poder a cualquier coste. Hasta ahí, pues, nada que objetar. Es lo que hay y a estas alturas de la vida lo que diga Patxi López sobre el asunto de las reformas del Código Penal y de la Ley Orgánica del Poder Judicial tiene la misma vigencia que los arrebatos de Lambán, por poner un ejemplo de incoherencia supina. Pero lo que no tiene un pase es que nos vendan la mula coja del «proceso de pacificación» cuando lo único que hay es un comercio, si se quiere, legítimo, entre el Gobierno de España y los partidos nacionalistas catalanes. Simple cuestión de mutuo beneficio que no es necesario glosar. O, dicho de otra forma, Oriol Junqueras y demás compañeros mártires se libran de las penas accesorias y Pedro Sánchez se asegura La Moncloa hasta finales de 2023. De ahí que se nos antoje una ingenuidad la exigencia del líder de la oposición, Alberto Núñez Feijóo, de proceder a un adelanto electoral. Hombre, no te pasas por la piedra el Código Penal y la separación de poderes para acabar adelantando unas elecciones que, hoy por hoy, tienen muy mala pinta para los gubernamentales.

Por otra parte, no se puede vivir eternamente del espíritu político de la Transición porque el tiempo no pasa en balde ni la sociedad responde a una foto fija. Y resulta que, puestos a romper los consensos y a imponer la fuerza de los votos, aunque se gane por la mínima, es un nuevo terreno de juego en el que podemos participar todos, incluso, la derecha española. Ahí están las pistas: se pueden cambiar las reglas en mitad del partido, la mentira palmaria forma parte del relato político, frente al nepotismo no hay estética que valga, las leyes vigentes se pueden retorcer, los Presupuestos no operan en el campo de la gestión pública sino en el del trueque parlamentario y, lo que es más importante, la culpa de todo siempre la tiene la oposición, que no traga.

Le toca, pues, a Núñez Feijóo ganar las elecciones, aunque sea por los pelos, y poner en marcha ese mecanismo pendular, por otra parte, tan caro a la política secular española. Y si hay que pactar con los chicos de Vox, se pacta, que vistos los compañeros de viaje que se han echado los socialistas son como ursulinas en las fiestas patronales. Total, lo de fascista viene de abono y al sindicalismo de clase le puede una buena subvención. Cualquier cosa, en suma, menos que te desayunes una mañana con un texto en el que te expliquen que, en realidad, tú, que estabas tan tranquilo a tus cosas, a tu Real Madrid, las cañas y los redescubiertos torreznos del «Ratito», habías inflamado no se sabe bien qué cosas en Cataluña.