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La política floja
La crisis de hoy es sólo culpa de la política. La pequeña política de los pequeños políticos de este tiempo
Cuando Tejero entró en el Congreso pegando tiros al aire y sentando bajo el escaño a sus señorías, Pedro Sánchez no había cumplido aún los diez años y la mayoría de los que han puesto el tricornio de charol golpista a los magistrados, sus adversarios y a la prensa crítica, o no habían nacido o eran chiquillos ignorantes de una realidad política de amenaza constante por el golpismo y el terrorismo. Hacer política entonces era un ejercicio de verdadero riesgo. De muerte, además, si eras del PSOE, conservador, juez, policía, guardia civil o periodista. Comparar aquel tiempo y aquellas acciones del golpismo y el terror, con una intervención del poder judicial que puede ser discutible pero tiene razón jurídica, sería un insulto a la inteligencia de la ciudadanía si no fuera porque estamos ya hechos a la impertinente incapacidad, la banalidad insufrible, y la insultante miseria intelectual de la clase política que no hemos tenido más remedio que darnos a nosotros mismos. Bueno, que nos ha venido dada por una estructura partidaria que prima la proximidad personal a la solvencia, y la fidelidad perruna al partido al verdadero compromiso con los votantes.
Los polvos de una excesiva ingenuidad en la Transición –que estos sujetos de la nueva política vilipendian porque desconocen– nos han traído estos lodos de patética incompetencia, cuando no estulticia, en la clase política en general y la que sustenta al Gobierno en particular.
Pretender que el personal trague con que sacar a pulso, por la vía rápida y sin debate, una legislación hecha para favorecer a un grupo de conmilitones de los anticonstitucionalistas que soportan al Gobierno, es más democrático que la acción de un tribunal de garantías que lo cuestiona, es tomar a la opinión pública por imbécil. Tachar de golpistas a los jueces, y a quienes desde la oposición o el compromiso crítico cuestionan al Gobierno y su mayoría, define con meridiana claridad el nivel de comprensión intelectual del juego democrático de quien lo hace.
No es inocente el quiebro de la oposición conservadora al poner en el centro del ruedo político al Tribunal Constitucional. Pero tiene tanta legitimidad para hacerlo como la que se atribuye la mayoría de gobierno para adoptar medidas que son de dudosa condición democrática. ¿No lo es acaso hurtar debates al Parlamento amparándose en su mayoría numérica?
Probablemente los dos magistrados en el alero del Constitucional debieron haber evitado participar en la votación que detuvo el debate en el Senado de lo aprobado antes por el Congreso. Pero rasgarse ante ello las vestiduras de la túnica supuestamente democrática es una respuesta decididamente hipócrita. Como lo es atribuir al Poder Judicial la culpa de su no renovación cuando ésta es solo de los partidos que tendrían que hacerlo.
La crisis de hoy es sólo culpa de la política.
La pequeña política de los pequeños políticos de este tiempo.
Lo más simpático de toda esta historia, lo que define esta violencia institucional del enfrentamiento, es que todo es un juego de máscaras, que todos los que en el ruedo se están arrogando la exclusividad de la defensa democrática están en realidad a lo suyo. El objetivo es el de siempre, repartirse el poder judicial según le toque a uno o a otro, en una alternancia decimonónica, y escasamente democrática.
Ya verá usted cuando se den cuenta de que les hemos pillado el truco.
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