Política

Cinco años más de Sánchez y España no existirá

En 2023 hay que ir a votar como si no hubiera un mañana. Porque con más Sánchez, no lo habrá

La destrucción de los sistemas de libertades suele ser un largo proceso que en sus tres primeras cuartas partes avanza a velocidad de tortuga. Sin prisa pero sin pausa. Lenta e inexorablemente. Pero llega un momento en el que todos se quitan la careta, meten la quinta y avanzan el camino a la autocracia, a la democracia vigilada o a la dictadura pura y dura a velocidades supersónicas. Sucedió en Venezuela, donde el chavismo no dio un golpe de Estado de la noche a la mañana sino que lo fue semillando desde ese putsch fallido de 1992 hasta el asalto al poder judicial de 2004 con un cambio de mayorías en el sistema de elección de los magistrados idéntico al que intentan implementar Sánchez y sus compinches. El punto de inflexión se produjo con la victoria de Hugo Chávez en las Presidenciales de 1998. El proceso de demolición tardó otros siete años. Fue a partir de 2000 cuando el narcodictador imprimió un ritmo de vértigo a las expropiaciones, a la supresión de derechos y a la injerencia en los otros poderes del Estado. Los venezolanos exiliados en Madrid, al ver lo que estamos padeciendo por estos pagos, recurren sistemáticamente a la coletilla del «todo esto ya lo vivimos nosotros». El tránsito a la tiranía culminó con la okupación de un Tribunal Supremo que había sido el dique de contención de los infinitos abusos de poder y las mangancias de Chávez y su banda de gángsters. De ahí en adelante la democracia brilló por su ausencia hasta el día de hoy en el que casi 6 millones de nacionales se han exiliado, en el que hay al menos 300 presos políticos y en el que el número de ejecuciones extrajudiciales supera de largo las 10.000 víctimas mortales. No digo yo que España sea una dictadura, ni mucho menos. Ni que se haya perpetrado un golpe de Estado. Sí afirmo que Pedro Sánchez es un golpista y un filoetarra, no en vano Arnaldo Otegi y David Pla, antaño números 1 de ETA y en estos momentos barandas de Bildu, y Junqueras son sus socios. Y, como apuntó el domingo en estas mismas páginas el brillante Jorge Vilches, no estamos ante un golpe de Estado al contado sino ante un cambio de régimen. De la ley a la ley, como en la Transición, pero en sentido diabólicamente inverso: entonces pasamos de una dictadura a una democracia y ahora quieren llevarnos de una democracia a un sistema de pensamiento único. Lo que nos jugamos en 2023 es algo más que La Moncloa. Las generales no serán una batalla PSOE-PP o izquierda socialdemócrata-derecha liberal como ha venido aconteciendo desde 1977 sino una pugna entre quienes quieren destruir la España constitucional y la alternancia y quienes quieren mantenerlas. Que tan mal no nos ha ido, por cierto. Cinco años más de Sánchez, el que le queda y los otros cuatro que le regalarían etarras, golpistas y comunistas, constituirían la etapa final de un tour en el que el objetivo es maniatar, estigmatizar e incluso ilegalizar a la derecha. Nada nuevo bajo el sol: es lo que pasó tras la victoria de la CEDA en 1933. Lo advirtió el facineroso de Iglesias apuntando con el dedo índice a la bancada popular: «Ustedes no volverán a sentarse en el Consejo de Ministros». Algo siniestramente similar a lo que soltó Pasionaria a José Calvo-Sotelo un mes antes de ser acribillado a balazos por la escolta de Indalecio Prieto. Pues eso: que en 2023 hay que ir a votar como si no hubiera un mañana. Porque con más Sánchez, no lo habrá.