Flamenco

Lola Flores, la primera ministra de Igualdad

Lola no era feminista ni machista sino una mujer libre que hacía lo que le salía de la peineta

Irene Montero, siendo ella mujer de verbo feministoide y paleto, no podría alcanzar los tacones de la mujer que le precedió de verdad en el ministerio de Igualdad sin que entonces hubiera ministerio de tal cosa. Lola Flores, que además de mujer era hembra, lo que ya empieza a ponerla por encima del resto, hizo lo que quiso cuando la mayoría se plegaba a las costumbres de la época. Tuvo marido como Dios manda, amante de mucho quererse y sudar, un whisky en la mano y otras cosas de buen fumar. A Manolo Caracol se lo ventiló como las aspas que cazan moscas aunque el cantaor presumiera de que era él el que la ponía a cuatro patas «porque hay que domarla antes de salir a escena». Frases de otras épocas en la que de tanta censura cierta gente se sentía más libre para hacer en la cama y en la boite lo que le viniera en gana. Esta sí que era una loba de Jerez, y no Shakira que a su vera es un caniche adiestrado para bailar. Lola se movía de manera lasciva y congruente, lo que es el arte del flamenco, una maldición gitana que al que le pillara para mal ya podía empezar a rezar y al que le pillara para bien ya podía morirse porque Lola lo tocaba y ya lo hacía inmortal entre los hombres, gatitos de peluche amansados frente a la fiera. Lola no era feminista ni machista sino una mujer libre que hacía lo que le salía de la peineta. No creo que hubiera una señora tan así en todo el universo artístico español del siglo XX. Rocío Jurado, «esa roca dura de Chipiona» tenía los mimbres pero, cantando mejor que Lola, no llegó a hacer el cesto, y acabó plegándose.

A Lola le gustaban tanto los hombres, y entre ellos los futbolistas, que no aguantaría como se les trata ahora. Ella, que se escoció porque su hija no consumó con Paquirri, un torero machote y guapo de Barbate de Franco (hoy Barbate a secas) y que le encantaba que la siguieran los «mariquitas», como El Golosina, que la imitaban deseando ese poderío de la mujer que nunca serían.

Pero si la Lola primigenia pasea leyenda con bata de cola en blanco y negro, tabernas y hambre, la de la Transición fue un genio pop que se comió a los Beatles. Lola en minifalda, o vestida del equipo de las «folclóricas» que disputó la victoria a las «finolis» en la temporada del 70/71, muchos antes de que se pusiera de moda el fútbol femenino, es anticipo de la teta de Susana Estrada ante Tierno Galván y de las piernas de Bárbara Rey en «Palmarés». El flamenco pop podría ser hortera, de acuerdo, si bien expresaba en ese trance lo que era España, y de alguna manera lo que sigue siendo ya que sin Lola hoy el suelo que pisamos sería distinto.