Cuartel emocional

Acompañada por las ranas

La vulgaridad en el hablar la practican hoy día los políticos, cuando en el pasado eran maestros de una finísima retórica.

Hoy mi lugar de trabajo lo protagonizan las ranas de un estanque lleno de nenúfares y otras plantas acuáticas cuyo cabecero es una herrumbrosa pared de bronce por donde se derrama, por donde desciende mansamente una melena de agua. El lugar propicia esa serenidad que siempre nos falta; esa serenidad que nos roba la crispación nacional de la que este penúltimo domingo de agosto prefiero prescindir, por eso voy a adoptar la posición de Madame de Récamier, que tanto gusta a mi amigo E.S., y voy a hacer un poco de vaga, amena y pretensiosa literatura, con permiso de los que siempre quieren mecerse con macabro deleite en la espinosa alambrada de la política.

Leo sobre chatGPT y otros chatbots de inteligencia artificial que ya saliendo al mercado, incluso con personalidad. Uno, por ejemplo, con la de Abraham Lincoln y otro con la de un surfero –o surfeiro, como les llaman en la playa del Orzán de La Coruña, donde viví con mis padres durante mi etapa infantil y primera adolescencia-. Honestamente, hoy en día, de Lincoln, además de la historia que arrastra, me puede interesar el coche que lleva su nombre, que aparece en una serie estadounidense, cuyo protagonista -un avieso jurista heredero de un colega asesinado-, conduce uno azul, un Lincoln azul, quiero decir, descapotable, despampanante, en Los Ángeles, donde en estos días los actores se lanzan a la calle y se ponen en huelga para reclamar el sitio que les está robando la inteligencia artificial, precisamente. Me uniría a ellos porque si hay una profesión en peligro a propósito de estos GPT es la de escritor. Pero dejo este tema para mejor ocasión y me voy a ver los más emocionantes, fastuosos y efectistas fuegos artificiales con mis benefactores L.M. y C.M., quien cada día me obliga a una hora de aqua gym.

Mi maestro y también leal amigo, el profesor S.Q., me propina por whatsapp el piropo más grande que mi modesta persona puede recibir “¿con quién hablo de esto si no es contigo? El personal anda en otras cosas”, me dice. Y es cierto, los conocimientos cultos están poco valorados y la gente prefiere las previsiones políticas, acertadas o no, la política-ficción, la hipervaloración de las celebrities y ahora, recientemente, la nueva ola de la fiebre OVNI. Mi maestro y yo preferimos otras materias, como por ejemplo los “inmencionables” que decíamos la otra semana, una forma de llamar en Inglaterra a los calzoncillos, como lo dice el novelista George Meredith en su novela The Egoist. También el ardor de estómago, al que todavía llaman heartburn (ardor de corazón), porque la palabra estómago hería los delicados oídos de las damas. Pasaba igual en Francia, con el mal de coeur y hasta con el sujetador, al que llamaban y aún llaman soutien-gorge (sostén de la garganta, en vez del pecho). Fue una corriente puritana que existía en Francia y en la Inglaterra Victoriana, y que confío que se mantenga en la corte de Carlos III, ya que aquí poco podemos ya esperar. Soy una nostálgica, lo sé, y ni siquiera existe una posibilidad, por pequeña que sea -como en la película del manchego zapaterista-, de arreglar la cosa.

CODA. La vulgaridad en el hablar la practican hoy día los políticos, cuando en el pasado eran maestros de una finísima retórica. Claro que también era otra fauna. Ahí tenemos al fugado Puigdemont, quien asegura que Sánchez va a “mear sangre” hasta lograr la investidura. A mí me sangran los oídos de escuchar semejante frase y también las yemas de los dedos al pulsar en el teclado la soez expresión.