Editorial
La altura moral de un liderazgo nacional
Aguarda un tiempo crítico que exigirá firmeza y coraje en defensa de la libertad y la igualdad amenazados por el poder y sus cómplices como en ningún otro momento de nuestra democracia
Como estaba previsto, Alberto Núñez Feijóo se ha quedado a cuatro escaños de ser investido como presidente del Gobierno en el Congreso. Resta una segunda votación, en la que el aspirante necesitará mayoría simple, si bien lo previsible es que el resultado se mantenga inalterable. Los diputados socialistas renunciaron a su adscripción histórica hace tiempo para abrazar el sanchismo, que encarna el poder absoluto en el partido como repartidor de prebendas y canonjías. La otrora formación de estado ha extraviado los principios que en otros tiempos de nuestra democracia lo encumbraron como siglas de credo constitucionalista. Si faltaban más pruebas que refrendaran la involución decadente, la sesión de investidura del candidato ganador en los comicios generales ha apuntillado sin misericordia al PSOE que fue y que prestó servicios al Estado, con mejor o peor fortuna, y que se desenvolvió comprometido con España. Conviene desterrar la ilusión cándida de que el hoy cadáver político por obra y gracia de su secretario general regresará de entre los muertos. No habrá resurrección mientras el sanchismo siga latiendo en la vida política nacional. La estrategia de Moncloa y Ferraz se ha reducido a ningunear y emponzoñar la investidura de Núñez Feijóo, que ha sido hacerlo con el Parlamento, algo en lo que por otra parte son especialistas. Se la ha llegado a tildar de fraudulenta en una grotesca instrumentalización del sanchismo que ha escrito otra página tenebrosa contra el régimen de libertades. A nuestro juicio, pese al desenlace aritmético, el debate ha poseído un valor político extraordinario para el presidente del PP, resumido ajustada y concisamente en su postrera intervención: «Nos hemos retratado todos con nuestras palabras y nuestros silencios». Una certeza palmaria. En su caso, hay que adjudicarle el mérito extraordinario de recuperar para el primer plano de la vida parlamentaria, en el más solemne de los plenos, la dignidad y la imprescindible necesidad de la ética en el desempeño de la política, además del tono y el respeto que merecen las instituciones, la liturgia democrática y los adversarios. La moral como virtud suprema del buen servidor público contra el relativismo espurio capaz de reducir a escombros la obra extraordinaria que nos reúne en la nación para conservar el poder absoluto. Entre el bien y el mal, hay una diferencia sideral que no admite atajos ni equidistancias. No existen zonas grises entre estrechar manos manchadas de sangre y repudiarlas, entre apelar a la ley y atropellarla y entre la equidad y el privilegio para entregar en almoneda lo que es de todos. «Sus votos se los dejo a Sánchez, yo no los quiero». Palabras de Núñez Feijóo a la proetarra Bildu que resumen la elección que consagra un liderazgo nacional honorable. Por delante aguarda un tiempo crítico que exigirá firmeza y coraje en defensa de la libertad y la igualdad amenazados por el poder y sus cómplices como en ningún otro momento de nuestra democracia.
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