Letras líquidas
Aprendiendo a ser Orbán
La espantada de Abascal y los suyos ha demostrado su nulo interés por participar realmente en la construcción de proyectos concretos y tangibles para los ciudadanos
La «Misión de paz 3.0» que ha iniciado Orbán ha sonado en Bruselas, más bien, a declaración de guerra. No hay que ser un avezado analista para entender que comenzar la presidencia de la UE con el eslogan «Make Europe great again» y visitando a Putin tiene más de provocación que de sensatez política. En los 14 días que lleva al frente de la presidencia de la UE, el húngaro ha conseguido desestabilizar la política exterior común imponiendo una estrategia y un guion que distrae de las verdaderas cuestiones en la agenda prevista y da protagonismo a otros intereses. Orbán prepara un terremoto desde dentro de las instituciones europeas y, pese a las amenazas de boicot y las dudas sobre cómo terminarán sus tretas, las consecuencias de sus movimientos empiezan a tener réplicas: seis días después del anuncio de Vox de su unión con la familia política del húngaro en Bruselas, abandonando a Meloni, los de Abascal consumaron en España la ruptura en los gobiernos autonómicos con el PP.
A la ciencia política, a veces, no le da tiempo a seguir el ritmo de los fenómenos que tiene que estudiar, tal es la velocidad del siglo XXI, pero en la (breve) historia de las coaliciones ya hay algunas verdades que empiezan a ser irrefutables. Además de esa que afirma que el pez grande se come al pequeño y de que la gran duda de un gobierno integrado por dos o mas formaciones no es si la ruptura se producirá, sino cuándo, en qué momento se escenificará la separación abocada a ocurrir, existe una clasificación de las coaliciones según el objetivo de las partes que la forman: hay formaciones que buscan la recompensa intrínseca de estar en un gobierno y otras que demuestran un deseo real de influir en las políticas.
La espantada de Abascal y los suyos ha demostrado su nulo interés por participar realmente en la construcción de proyectos concretos y tangibles para los ciudadanos: la política no es entendida como servicio y ayuda, más bien se reduce a estrategia, interés y diseño. Pero, además, en la brusca salida de los ejecutivos regionales hay un efecto mimético algo ridículo e infantil: una copia de los discursos y los modos de la extrema derecha radical europea cuyos parámetros no son exportables a España. Exhiben un ideario alejado de la sociedad moderna, dinámica y abierta que somos, más aún de la que aspiramos a ser. Y, combinando esa ausencia de preocupación por la gestión concreta de Vox y su desconexión con la idiosincrasia española, podemos acuñar el concepto de «orbanear» y actualizamos la ciencia política a lo que estamos viendo.
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