Sin Perdón
La autoridad moral de la Iglesia
«Francisco no era ni de derechas ni de izquierdas, sino un hombre de Dios al servicio de los hombres»
El magisterio del Sumo Pontífice desborda, afortunadamente, el ámbito del catolicismo. No hay ninguna institución u organización similar en el mundo. Ninguna religión tiene esa proyección y autoridad. Es la Iglesia sin que sea necesario añadir la palabra «católica» y dicho con el máximo respeto para cualquier religión. Desde que Jesús comenzó su andadura entre los hombres y transmitió la palabra de Dios, el cristianismo ha sido el motor de la transformación de la Humanidad en todo el mundo. Ha habido aciertos y errores, pero el balance es impresionante en todos los terrenos. La muerte de Francisco ha permitido mostrar una vez más el respeto que despierta la Iglesia y la persona que la ha dirigido durante estos doce años. La cuestión fundamental es que no es algo que se circunscriba a este Papa, sino a sus antecesores. El impacto que ha tenido en todo el mundo ha sido impresionante. Han intentado minimizarla, como es lógico, dictadores como Xi Jinping o Putin, porque no se han sentido cómodos con su defensa de la paz, la libertad y la democracia.
La Iglesia es una obra de Dios dirigida por hombres que pueden cometer errores. Hay una continuidad histórica que explica su fuerza y su coherencia, pero también el milagro que significó su crecimiento sin ninguna violencia, sino sufriéndola, hasta que Teodosio la convirtió en la religión oficial del Imperio Romano. El fin del paganismo y el triunfo del cristianismo es un momento decisivo de la Historia. No solo desde una visión eurocéntrica, sino por la influencia que tendrá en la Justicia, el Derecho y la Cultura en todo el mundo. Los valores cristianos no son privativos de la civilización europea, sino que se extendieron en todos los ámbitos. El mundo está impregnado por las enseñanzas de Jesucristo, incluso en otras confesiones religiosas y entre los no creyentes. Es cierto que muchas veces no tienen conciencia de ello, pero un análisis riguroso hace aflorar la permanente transformación que ha comportado y comporta el pensamiento cristiano.
La ruptura de la unidad del cristianismo es una triste consecuencia de los errores e intereses humanos. La ausencia del rey Carlos III, siguiendo el criterio que mantuvo su madre, como cabeza de la Iglesia Anglicana, con la muerte de otros Pontífices, es una muestra de ello, aunque estuvo representado por el príncipe de Gales. La unidad del cristianismo sería un gran avance no solo para los creyentes, sino para el mundo. No existe un pensamiento más justo, solidario, igualitario y progresista que las enseñanzas de Cristo, siempre que no sean manipuladas políticamente como cuando se las intenta adscribir a alguna ideología partidista. El final de los Estados Pontificios fue una bendición de Dios para la Iglesia, porque no tenía ningún sentido ese apego al poder territorial. No hubiera sido del agrado de Jesucristo. Nunca fue el papel que le correspondía y hay que entenderlo en la realidad histórica que le tocó vivir con la descomposición del Imperio Romano. Por supuesto, tuvo aspectos positivos, pero también negativos. En cambio, a partir de ese momento se pudo centrar en su misión evangélica en la sociedad contemporánea.
El cristianismo ha aportado un profundo legado en el derecho, la cultura y la política, así como un impacto decisivo en la configuración de la limitación del poder y en la promoción de una gobernanza más ética y justa, contribuyendo al desarrollo de normas y prácticas destinadas a proteger los derechos individuales y asegurar que el ejercicio del poder se realice no como una forma de autoridad absoluta, sino como un medio para el beneficio común de todos los ciudadanos. Jesucristo y el cristianismo introdujeron principios morales y éticos que influirían en el desarrollo del pensamiento político como la dignidad humana, la igualdad, la justicia y la separación entre el poder político y el religioso. Su mensaje principal es que todos los seres humanos tienen el mismo valor ante Dios: «No hay judío ni griego, esclavo ni libre, hombre ni mujer, porque todos sois uno en Cristo». Esta idea influyó en la concepción de los derechos humanos y la igualdad ante la ley que son los pilares de las democracias modernas. La dignidad es inherente a cada persona, sin importar su origen social o político.
Es bueno recordar qué nos dijo sobre la separación entre el Poder Político y Religioso: «Dar al César lo que es del César y a Dios lo que es de Dios». Esa idea introduce el concepto de autoridad limitada, donde el poder del Estado no puede dominar ni la conciencia ni la fe de los individuos. Es la base que servirá de fundamento para el Estado laico y la libertad religiosa. Jesucristo enseñó que el poder debe ejercerse con justicia y al servicio de los demás, en contraste con la opresión y la tiranía. Y lo muestra al indicar que «el que quiera ser el primero, que sea el servidor de todos». Los políticos tienen que rendir cuentas a los ciudadanos y la tiranía es inaceptable. Es una quiebra del contrato que existe entre el gobernante y los gobernados. Los pensadores cristianos desarrollarán la idea de que el poder debía estar limitado por la ley natural y la justicia. Por ello, los gobernantes que se convertían en tiranos podían ser removidos. Es el derecho de resistencia que inspiró la democracia moderna. La idea de la existencia de un contrato social tiene una incuestionable base en la doctrina de la Iglesia y sus pensadores. Por tanto, el cristianismo sentará las ideas de un gobierno ético y responsable y tendrá un papel decisivo en la educación y el acceso al conocimiento. Francisco no era ni de derechas ni de izquierdas, sino un hombre de Dios al servicio de los hombres.
Francisco Marhuenda. De la Real Academia de Jurisprudencia y Legislación de España. Catedrático de Derecho Público e Historia de las Instituciones (UNIE)