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Tribuna

Es la antropología, estúpido

Las versiones dominantes del pensamiento económico liberal son más ideológicas que científicas

Es la antropología, estúpidoRaúl

No es que yo pretenda insultar a nadie, Dios me libre. Tampoco quiero ofender a quienes no piensan como yo. Pero esto del periodismo obliga a utilizar titulares provocativos si quieres atraer a los lectores. Espero que me disculpen los destinatarios de mis diatribas, que, por otra parte, merecen todo mi respeto.

Entré en la Universidad antes de la muerte de Franco. Nadie se planteaba nada parecido a lo que luego se denominó «Transición». Estudié en una Escuela de Ingeniería, que solían estar menos politizadas que las facultades. Pero aun así el panorama estudiantil presentaba una dominante estética izquierdista, que se reflejaba en carteles, pintadas, porros y vestimentas. Prácticamente todos los que exteriorizaban su ideología se encuadraban en alguna de las numerosas y omnipresentes organizaciones marxistas.

Había gente que pensaba de forma diferente, pero la presión ambiental, y la natural timidez de los más conservadores, los hacían irrelevantes en el ambiente universitario. Fuera de la Universidad el ambiente era más libre. Yo me movía en ambientes de un catolicismo ortodoxo, pero con tendencia al compromiso social y a la preocupación por los más desamparados. No se identificaba con una actitud ideológica expresa. Quizás la más utilizada era la de «Humanismo Cristiano».

He intentado buscar en mis recuerdos a alguien que se declarase liberal, pero no lo he encontrado. Tampoco recuerdo casi ninguna referencia al término en prensa, literatura, cine o propaganda política. Solo al principio de la transición hubo alguna pequeña organización que utilizó el nombre, con poco éxito. Sonaba a obsoleto y evanescente. Nada atractivo para el público joven y más o menos comprometido.

Pasaron los años y cambió hasta el milenio. Mis conocidos comunistas abandonaron ¡por fin! el desacreditado marxismo, no era para menos. Pero me encontré, de repente, que se autoproclamaban liberales. Ante mi estupefacción por tan desaforado cambio, alguno me confesó que, aun así, mantenía «preocupaciones sociales». Esta evolución se produjo inicialmente en los que habían encontrado acomodo en la frondosa administración de la Unión Europea. Luego se extendió por doquier, especialmente en los niveles altos del mundo empresarial.

En el ambiente social católico la evolución fue más tardía. Incluso en el mascarón de proa del progresismo de derechas que constituye el PP, se ha conservado hasta hace muy poco la expresión «humanismo cristiano» como referente pretendidamente ideológico, aunque con muy poca traducción en las políticas efectivas. Pero recientemente se ha extendido, con la rapidez de la mala hierba, la autodefinición de liberal entre los jóvenes profesionales y docentes de tradición católica. Además, la declaran ufanamente, con preferencia a la denominación religiosa de sus convicciones, que entiendo sinceras y, en algunos casos, profundas.

Comprendo perfectamente la evolución de los comunistas hacia ambientes intelectuales más cómodos y mejor remunerados. Lo de los católicos me resulta difícil de entender e incómodo de aceptar. No solo por la manifiesta incompatibilidad entre el liberalismo ideológico-filosófico y el cristianismo. Como reiteradamente ha expresado la Iglesia de Roma. También por lo que tiene de sustitución de la autoridad y belleza del pensamiento católico. Inicialmente mediante la mera y vergonzante desaparición de las palabras clave en el lenguaje oral y escrito. Después vendrá todo lo demás.

Una justificación que dan algunos de los protagonistas de este proceso se basa en la «Escuela de Salamanca», como precedente histórico y conceptual del liberalismo en materia económica y social. Se apoyan en los estudios de economistas prestigiosos, como Schumpeter, que consideran importantes las aportaciones salmantinas al origen de la ciencia económica. Es cierto que existen paralelismos entre ambas escuelas, pero es probable que se deban al reconocimiento analítico de hechos objetivables, repetido en sucesivos momentos. Y formulado a veces con distinto vocabulario.

Pero la Escuela de Salamanca es mucho más que su pensamiento económico. El profesor Martín de la Hoz, en un libro de reciente publicación, ha puesto de manifiesto que una de las aportaciones fundamentales de la Escuela fue la propuesta de una antropología basada en el humanismo cristiano. Que se asentaba en la concepción del hombre como ser creado a imagen y semejanza de Dios, lo que implica reconocer su intrínseca dignidad. Una visión positiva del ser humano.

La distancia entre la escuela de Salamanca y el liberalismo doctrinario es similar a la que existe entre esa visión optimista de la naturaleza humana de la antropología salmantina y la que se manifiesta en expresiones como «el hombre es un lobo para el hombre» de Hobbes, o «el motor de la actividad económica es el afán de lucro». Porque una diferencia esencial entre nuestra Escuela y cualquiera de sus sucesoras es la relación entre el análisis económico y los imperativos morales que deberían presidir las relaciones humanas.

Las versiones dominantes del pensamiento económico liberal son más ideológicas que científicas. Contribuyen a justificar los intereses particulares de una minoría plutocrática, a pesar de producir intolerables diferencias entre los seres humanos. También está contribuyendo a la destrucción de los vínculos comunitarios con la penetración de un individualismo creciente. Pero declararse liberal resulta moderno, moderado, respetable. Y sobre todo, cómodo.

Antonio Flores Lorenzoes ingeniero agrónomo, historiador y exrepresentante de España en la FAO