Insensateces

Bayona

Gracias, Bayona, por tantas cosas. Por no olvidarte nunca de los olvidados. Por tu amparo y consideración

Ahora que ya estamos todos secuestrados emocionalmente por «La sociedad de la nieve», esa abrumadora película que todo el mundo debería ver, quiero decirle a Juan Antonio Bayona que le debo un abrazo apretado por su cine y que le admiro profundamente, como hacía mucho que no admiraba a alguien. Y le admiro desde hace mucho antes de esta cinta sobre la tragedia de Los Andes, así que no se trata de una fascinación sobrevenida o reciente, no. A mí Bayona me rindió con «Un monstruo viene a verme». Todo lo que hace me interesa pero, con esa película, me mató. Bayona tiene, en todo lo que dirige, dos características fundamentales. La espectacularidad del cine en su máxima expresión. No escatima ni un efecto, ni una localización, ni nada que suponga que puedas perderte un detalle que él ya imaginó en su cabeza. El cine en mayúsculas. El de aventuras y acción, ese que no te deja respirar. Nada de teatralizar las escenas, ni de historias pequeñas, ni contenidas, ni de producciones hechas con dos duros. Siempre mirando alto, aspirando a lo grande. Pero es que, encima, es una persona tremendamente espiritual. Y tremendamente sensible. Y que posee un don especial para la gente que sufre. Todas sus películas muestran a personas que se ven envueltas en situaciones extremas. O circunstancialmente, accidentalmente o porque la vida les colocó, sin habérselo buscado, en el peor escenario. O porque sufren, porque en el mundo hay muchos seres humanos que sufren y de ellos se acuerda siempre Bayona. En «Un monstruo viene a verme» es un niño el que sufre. Bayona quiere mostrar ahí que los miedos infantiles son terribles y que la fantasía es la única forma de enfrentarlos. Y que sólo a través de esa fantasía, podemos llegar a ver la verdad. Los niños que no hemos tenido la mejor de las infancias lo sabemos. El camino de salida pueden ser las rebeldías, las malas compañías y una espiral oscura en la que te sabes mover desde siempre. O, por el contrario, los amigos, la compasión de los extraños, la imaginación. Gracias, Bayona, por tantas cosas. Por no olvidarte nunca de los olvidados. Por tu amparo y consideración. Por esa conexión con los seres humanos que aún tienen dificultades para contar lo vivido.