Los puntos sobre las íes
PP o Bildu: ése es el dilema en Galicia
La suerte no está echada pero habrá que lucharla hasta el último segundo
No creo que la sangre llegue al río pero cuidadín: hay partido en Galicia. No veo el sorpasso socialcomunista por una mera cuestión estadística que explica la capilaridad del PP: de 42 años de autonomía han gobernado 35. Dos breves interregnos –los tres años del tramposo Laxe que se hizo con la Xunta gracias al tránsfuga Barreiro y los cuatro de Touriño– se han interpuesto en una hegemonía que guarda ciertas similitudes con la de esa CSU que manda ininterrumpidamente en Baviera desde la restauración de la democracia en Alemania en 1946.
Un genovés de ésos que se las saben todas, clavó lo que iba a acontecer el 23-J una semana antes, me cortó la respiración anteayer al cuantificar las posibilidades de retener la mayoría absoluta dentro de ocho días: «Un 40%». Debí de ponerme tan nervioso que reaccioné cual Patxi López de la vida preguntando lo obvio: «O sea, que hay un 60% de que gobiernen los malos…». «Afirmativo», terció mi interlocutor. Las encuestas no suelen afinar demasiado en España, nuestra demoscopia patria está en pañales en comparación con la anglosajona, pero sí atinan con las tendencias. Y la tendencia asusta: ese hombre tranquilo al que comprarías un coche usado sin dudarlo, Alfonso Rueda, se tomó las uvas con una horquilla demoscópica de 41-42 escaños y a día de hoy observa impotente cómo la aguja no se mueve del 39, uno por encima de la mayoría absoluta. No es el goteo de Castilla y León, donde cada día de campaña se perdía un escaño por culpa de las teodoradas y la caserada, pero sí una gota malaya que provoca que hoy estés algo peor que ayer pero ligeramente mejor que mañana.
Buena parte de la culpa de este lento pero inexorable desmoronamiento la tiene ese efecto Pontón generado artificialmente por la izquierda mediática pero también por la tontita derecha periodística a las órdenes de Génova 13, que llevan semanas presentando a la candidata del BNG como si fuera una suerte de Jacinda Ardern o Hillary Clinton local olvidando que es coleguita de la gentuza bilduetarra. No exagero: estuvieron hace tres semanas en Bilbao jaleando a los presos de ETA en la manifestación encabezada por Belcebú Otegi. Y se antoja imprescindible echar la vista atrás para recordar que esta basura humana asesinó –ahí es nada– a 68 gallegos. Circunstancia que en un mundo ética y moralmente normal debería resultar intolerable pero que en el actual resulta hasta políticamente correcto por mor de ese relativismo moral que nos invade a velocidades supersónicas.
Los gallegos demócratas no se pueden ir a la playa, a navegar o al parque el 18-F, siquiera haga un sol de justicia como el que disfruté hace una semana en Vigo con los termómetros rozando los 20 grados. El PP tiene en contra a los medios, todos los ajenos y buena parte de los propios, a la Democracia Ourensana del Bukele autóctono, Jácome, y a Vox, que no le comerá mucho pero tal vez sí lo suficiente como para mandarle a la oposición. En Coruña, al menos, los de Abascal no le robarían el escaño a Rueda sino a Ana Pontón. La suerte no está echada pero habrá que lucharla hasta el último segundo. Y ya se sabe que este PP es especialista en pifiarla en el sprint final. La disyuntiva es clara: o derecha sensata o sanchismo a la gallega. Sanchismo más BNG, que es lo mismo que sanchismo más Bildu y, por extensión, sanchismo más ETA. Por no hablar de la crisis que se desataría en Génova 13. Galicia no es un reto cualquiera para Feijóo.
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