El buen salvaje

La camisera de Tirso

Como la camisera pagaba sus impuestos de toda la vida y no forma parte de ningún colectivo llorón tendrá un funeral sin minutos de silencio

El otro Tour de Francia se vive por todo el país galo: el niñateo se columpia y lo pasa bien prendiendo fuego a las calles. A París siempre le ha sentado bien tirar adoquines a los obreros, ya lo dijo Pasolini, solo que ahora son los futuros obreros los que se andan gustando en una guerra civil de barrio. Hay quien anda anunciando una revolución, pero las revueltas francesas, cuando de verdad cambian el mundo, llegan desde el medioburgués que vota a Lepen, ahora con más ganas. Querrá Marie ponerle frente al espejo a Macron, como aquí a Pedro Sánchez.

A estos ultras de la calle, los del vandalismo «cool» no hay que tratarlos como las víctimas que creen que son sino como a delincuentes, que es lo que son al cabo. La República puesta en solfa por adolescentes. Habría que escuchar lo que tenga que decir Houellebecq.

En España los más jóvenes no montan en cólera (todavía) porque aburrirse aquí requiere más esfuerzo y aún los padres, y hasta el Gobierno, les dan una paga para apagar testosteronas. Que apuñalen a una mujer de 61 años en Tirso de Molina por negarse a darle a su presunto asesino lo que tenía en la caja de su tienda de ropa no nos llama a quemar nada más que el televisor que nos lo anuncia.

Un «transeúnte conocido» del barrio de Lavapiés le asestó, dicen, una puñalada mortal. Como la camisera pagaba sus impuestos de toda la vida y no forma parte de ningún colectivo llorón tendrá un funeral sin minutos de silencio.

Los jóvenes pueden seguir la ruta del calor sin inmutarse; los inmigrantes de la zona pedirán que no se les culpabilice de la inseguridad de la zona, y así la señora de la tienda se irá al otro mundo sin ser un problema de Estado. No se mostrará una pancarta en la que rece: «Todos somos la camisera de Tirso» porque los trucos épicos no se hicieron para personas corrientes.