Tribuna
La causa «woke» y el conflicto israelí
Gaza va a ser un erial, un desierto. Hamás lo sabe, pero tras los apoyos europeos, se niega a llegar a un acuerdo en Doha
La semana pasada, veintidós países occidentales y tres organizaciones humanitarias emitieron una declaración instando a Israel a permitir la reanudación inmediata del suministro de ayuda humanitaria a la Franja de Gaza. La declaración fue publicada por el Ministerio de Asuntos Exteriores británico y firmada, entre otros, por los ministros de Exteriores de Canadá, Alemania, Francia, Japón, Australia, España, Suecia o Italia. No tardó en felicitarse Hamás: «Damos la bienvenida a la declaración conjunta emitida por los líderes de Gran Bretaña, Francia y Canadá, rechazando la política de asedio y hambruna llevada a cabo por el gobierno de ocupación contra nuestro pueblo en la Franja de Gaza». A los dos días pudimos leer también en la prensa: «14.000 bebés palestinos morirán en las próximas 48 horas si no llega ayuda humanitaria». La noticia era evidentemente falsa, pero le pareció verosímil al antisemita típico de tantos medios de comunicación.
La escalada del conflicto entre Israel y Hamás está teniendo unos efectos preocupantes en nuestra sociedad. Lamentablemente, este tipo de declaraciones cargando las tintas sobre Israel, alienta el antisemitismo, sobre todo de los creyentes woke cuya inquina hacia los villanos tradicionales (el hombre blanco hetero, el capitalismo, Israel...) ha llegado al paroxismo. Dos días después de este comunicado conjunto, dos empleados de la embajada de Israel en Washington DC fueron asesinados a tiros por un hispano de izquierdas al grito de «Palestina libre». Ni era palestino, ni era árabe. Sólo un perturbado que había adoptado una causa para sentirse importante y que ahora puede llevarle incluso a la pena de muerte. Otro crédulo colaborador de esa «intifada global» que tanto les excita. Thomas Sowell dijo una vez que el activismo es «una forma en que las personas inútiles se sienten importantes, incluso si las consecuencias de su activismo son contraproducentes para aquellos a quienes dicen ayudar y dañan el tejido de la sociedad en su conjunto». Y el pensamiento woke es un proyecto ideológico que busca desorbitar las percepciones de victimización de sus grupos favoritos. No hace ni medio año que el director de la mayor aseguradora de salud de EE.UU. fue asesinado a tiros en Nueva York por un desequilibrado anticapitalista. El yihadismo suele ser masivo, pero los niñatos woke con una pistola son exquisitamente selectivos.
Este fin de semana pasado sonaron otra vez las alarmas de ataque aéreo en Israel a causa de otro misil balístico lanzado desde el Yemen. Han sido más de doce alarmas en lo que va de mes. Desde el inicio de la guerra los hutíes han lanzado cerca de 60 misiles. Por no hablar de los frecuentes atentados dentro de sus fronteras. Aunque de eso apenas habla nuestra prensa occidental, es la vida que debe soportar un ciudadano israelí que se enfrenta a la cultura de la muerte de sus vecinos. Así que Israel persistirá en su ofensiva «Carros de Gideon» porque, además de rescatar a los rehenes vivos y enterrar a los muertos, tiene que neutralizar la militancia de Hamás, destruir pozos de túneles, explosivos, depósitos de armas, cohetes, granadas y lanzacohetes. Y desmantelar la importante infraestructura terrorista, incluida la localización y destrucción de numerosos túneles, entre ellos una ruta subterránea de 2 km utilizada por Hamás. ¿Con qué autoridad moral pueden impedirlo los gobiernos de esos países aún en paz que se permiten declaraciones agitando el índice? Si en la Segunda Guerra Mundial los aliados hubieran hecho algo similar con la Alemania nazi o el Japón, aún estaríamos en tablas.
Gaza va a ser un erial, un desierto. Hamás lo sabe, pero tras los apoyos europeos, se niega a llegar a un acuerdo en Doha. ¿Por qué lo alarga? ¿Por qué no se rinde y entrega a los rehenes? ¿Por qué sigue permitiendo el sufrimiento de la población y de esos niños que, según sus cifras, están muriendo por decenas de miles? Quizá sea el temor a rendir cuentas de sus dirigentes tras esas dos décadas de gobierno criminal, represión autoritaria e insensatez militar que han llevado a la ruina a millones de personas. Temen ajustes de cuentas de distinto signo al que están acostumbrados. No rendirse por su parte ni siquiera es un desafío; es aplazar el final. Es miedo a enfrentarse a su propio pueblo. ¿Y los gazatíes del común? Una sociedad que experimentó con alegría la masacre del 7 de octubre no cambiará en sólo unos meses aunque Hamás quede fuera de la Franja de Gaza. Y no olvidemos que los palestinos de Gaza, y sus antepasados, vivieron con el estatus de refugiados, accediendo gratuitamente a electricidad, agua, alimentos, sanidad, combustible y dinero. Pagado todo por la comunidad internacional y por la propia Israel. Las cosas cambiarán y comprobarán el precio real de ese estatuto de refugiado hecho a medida y sin parangón en otro lugar. Por desgracia, la necesidad de causas excitantes, de «causas-mascota», como las denomina Thomas Sowell, por parte de políticos y burócratas irresponsables, muchos viviendo de ello, ha dejado a todo un pueblo sin nervio para valerse.
Teresa Giménez Barbates escritora