Sin Perdón
La ciénaga hedionda del populismo
«Es necesaria una catarsis que permita recuperar la ética y la honradez»
El gobierno de coalición se ha convertido en una mera ficción que se sostiene por los intereses de unos socios que se detestan. La excepción es Yolanda Díaz, que supone la gran esperanza de Sánchez para reconstruir el espacio a su izquierda y permitirle sumar. Es cierto que el interés siempre es un factor de cohesión indestructible. A nadie le interesa romper. No tengo la más mínima duda de que el presidente del Gobierno volvería a pactar con Iglesias, pero la irrupción de la vicepresidenta le permite confiar en que Podemos desaparezca y Sumar pueda recoger su herencia. La realidad es que la formación del gurú de las ondas y sus acólitas ha cosechado fracaso tras fracaso en las elecciones de Madrid, Andalucía y Castilla y León. A pesar de la arrogancia de Belarra y Montero, los datos objetivos muestran su declive. Por ello, no piensan asumir ninguna responsabilidad por el fiasco de la ley del «solo sí es sí». Los jóvenes airados que llegaron criticando el sistema y augurando una nueva política, han mostrado su ausencia de ética y su incompetencia como gestores. Lo único que querían es trasladar su caduco activismo y su concepción asamblearia al consejo de ministros, así como convertirse en casta.
La política europea está llena de ejemplos de gobernantes que dimiten para asumir sus responsabilidades. Lo que sucede en España es impensable en la Unión Europea. Un escándalo como la ley del «solo sí es sí» hubiera provocado dimisiones inmediatas. En cambio, hemos asistido al penoso espectáculo de una ministra y su equipo que no solo no asumen sus responsabilidades, sino que insultan a sus críticos y atacan a los magistrados que se limitan a aplicar una norma que ha reducido las penas a centenares de agresores sexuales. Es fácil imaginar su reacción si semejante desastre hubiera sido perpetrado por un gobierno del PP. El esperpento ha alcanzado niveles inimaginables, pero no les estorba. Esta falta de ética muestra que no les importa la verdad y que son capaces de cualquier cosa con tal de mantenerse en el poder. Todo el mundo recuerda que Theodor zu Guttenberg, ministro de Defensa alemán; Annette Schavan, titular de Educación; Silvana Koch-Mehrin, vicepresidenta del Parlamento Europeo; o Pal Schmitt, presidente de Hungría, tuvieron que dimitir al ser acusados de plagio en sus tesis doctorales. En España somos más laxos en estas cuestiones. Chris Huhne, ministro británico de Energía, renunció por haber mentido sobre una multa de tráfico por velocidad. El ministro de Exteriores canadiense, Maxime Bernier, dimitió tras haberse dejado documentos clasificados del Gobierno en un lugar poco seguro.
Es una lista tan grande que necesitaría muchas páginas para recoger los casos. La izquierda política y mediática exige dimisiones cuando afectan al PP, pero es infinitamente más contemporizadora cuando afecta al PSOE o Podemos. En otros países, se renuncia al cargo cuando no se consiguen los objetivos comprometidos al alcanzar el gobierno. No hay más que recordar la campaña brutal que sufrió el PP con el caso Gürtel y los sobresueldos. El poderoso aparato mediático que apoya a los socialistas fue implacable. No nos acordamos de la guerra de Irak y lo que entonces dijeron esos jóvenes airados que ahora se sientan o se han sentado en el consejo de ministros. Entonces no nos merecíamos un gobierno que nos mintiera y lo mismo dijeron con motivo del brutal atentado del 11-M. La corrupción que afecta o ha afectado al PSOE merece un trato menos duro que la protagonizada por el PP. Una vez más, solo hay que acudir a la hemeroteca o a los archivos de radio y televisión. Estaría muy bien que algún profesor hiciera un estudio en profundidad sobre la parcialidad y el sesgo ideológico a la hora de tratar estos temas.
Otra muestra de ello es la sentencia que justificó la moción de censura contra Rajoy. Era un tema sabido y se había pedido perdón, se había comparecido en varias ocasiones, pero no importaba porque el objetivo prioritario era conseguir que socialistas y comunistas alcanzaran el poder. Lo consiguieron. En Europa se dimite por unas vacaciones inoportunas, incumplir un compromiso electoral, errores ministeriales, plagios en tesis doctorales, contratos que causan pérdidas innecesarias al Estado, nepotismo, mala praxis…. Me llama la atención que nadie dimita por el escándalo de una ley chapucera, equivocarse al encargar unos trenes que no pasan por los túneles o hacer lo contrario que se dijo en campaña electoral. El mensaje que se lanza a la sociedad provoca un total descrédito de los políticos. Los programas y compromisos electorales no sirven para nada. Son basura. La palabra no existe, porque el fin justifica los medios que se utilizan. Un buen político tiene que ser una persona desaprensiva y amoral.
Me pregunto quién puede sentir respeto por ministras o secretarias de Estado que se aferran al cargo porque no quieren abandonar el despacho oficial y perder un sueldo que nunca ganarían en sus profesiones. Es cierto que la política española tiene un punto irracional como el fútbol, donde solo cuentan los colores. Es falso que lo importante sea participar. A pesar de las mentiras, la incompetencia y la prepotencia, Iglesias y sus acólitas actúan como si estuvieran en posesión de la verdad. Por eso, aunque la coalición de gobierno sea una ficción y esté sufriendo una irreversible descomposición, se mantienen en los cargos porque los necesitan tanto política como personalmente. Están en modo supervivencia. Es necesaria una catarsis que permita recuperar la ética y la honradez. Un país que se equipare a las prácticas habituales de nuestros socios de la UE y no la ciénaga hedionda que nos ha traído la nueva política de los radicales y los populistas.
Francisco Marhuendaes catedrático de Derecho Público e Historia de las Instituciones (UNIE)
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