Paloma Pedrero
Abrir la puerta
Estaba comenzando un artículo cuando suena el timbre. Detrás de la puerta una voz masculina exclama: venimos a regularizarle la luz y el gas. Yo, que soy de abrir puertas, abro. Primer error. Segundo, le escucho. Cuando consigo meter baza le digo que estoy escribiendo y que no tengo tiempo. Él, ufano, me responde: «Es un minuto, tengo que hacer un control para mejorar su facturación, le ruego que me enseñe el último recibo». Otro error, se lo doy pensando que con eso se conformará. Pero no, lo tienen estudiado. Ahora necesita apoyarse en una mesa. El hombre se aposenta, saca su tableta y la catástrofe estalla. «Necesito que me verifique unos datos, facilíteme el DNI, la cuenta de su banco, otro recibo de...». Mi furia borbotea. ¿Quién es usted? El hombre me saca un carné de Endesa mientras exclama: «Hale, ¿ya está tranquila?». «No, le he dicho que estoy trabajando». El vendedor sigue rellenando datos. Le advierto de que no pienso firmar nada, él añade que no hace falta, le digo que aún no sé porqué está en mi cocina y me responde que ya me lo ha explicado y que no me haga la tonta. Entonces, sin mediar explicación, me reclama que firme en la pantalla. Váyase, le exijo. Me increpa con que le he hecho perder su tiempo. Amigos, el mercado del engaño es fabuloso. No abran la puerta.
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