Elecciones catalanas
¿Adiós Puigdemont?
Hoy quizá podamos dar por amortizado a uno de los personajes más nefastos de los que han ocupado nuestro tiempo y nuestro espacio. De los catalanes depende que hoy sea historia Puigdemont. El que fue presidente por accidente y capricho de la CUP, el hombre que se encaramó al delirio para liderar un desafío sin red, puede pasar a ser un simple prófugo con acta de diputado que le recogerán otros. Este es uno de los elementos principales de las elecciones de hoy. La victoria es importante pero lo es más la derrota de los que se han declarado abiertamente enemigos de nuestro Estado de Derecho y de nuestra democracia. Puigdemont es un elemento tóxico. Lo fue para la Generalitat, para España, para sus gobernados, para sus compañeros de coalición y lo ha sido para su propio partido, el PDeCAT que desea más que el propio constitucionalismo la derrota y el olvido del ex. Después de dejar a sus colegas colgados de la brocha con su fuga a Bruselas, después de manifestar con crudeza su desprecio a Junqueras, en su última pirueta ha planteado estas elecciones como o él, Puigdemont, o Mariano Rajoy. El planteamiento tiene gracia y trampas para los fanáticos que agarran los clavos ardiendo con pasión de juguete erógeno. En estos comicios Rajoy no es el PP, no es solo el PP. En la convocatoria, fruto del 155, tuvo el concurso y el apoyo de socialistas y ciudadanos y esa es la candidatura del Presidente del Gobierno en su papel de accionador de la palanca. A Rajoy siempre le está esperando a la vuelta de cada esquina electoral un cobrador del frac para reclamarle responsabilidades políticas, en realidad lo que le piden es que se marche. Es ya una tradición democrática la suelta de rehalas (primera acepción de la RAE) con este balar. Antes el encargado era Aznar, ahora los mayorales tienen «recaderos». Les lleva dando esquinazo toda su vida política, cuando perdía y cuando ganaba, esta vez también lo hará. Sabe que enseguida aparecerán los corifeos clamando por los resultados del PP si no consigue vencer a la demoscopia pero conviene no cegarse. El hombre que camina deprisa supo tejer una red que implica a todas las fuerzas llamadas constitucionalistas y sobre ese resultado habrá que pasar la factura. Lo que sería un gran fracaso es que la unidad demostrada, alterada en términos lógicos en la campaña electoral, salte por los aires porque entonces será el Estado de Derecho el que tenga una vía de agua y sin política para taponar.
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