Julián García Candau
Adioses y lágrimas
En el adiós no siempre queda más triste el que se queda que el que se va. El fútbol, espectáculo, negocio, deporte, tiene más de sentimiento de lo imaginable. Los futbolistas no son siempre asalariados que ejercen su oficio por el estipendio. Los jugadores pueden ser, en ocasiones, mercenarios que van de un lado a otro en busca del mejor contrato y también son muchos quienes dejan el oficio y el club con lágrimas sentidas. No lloran como comediantes, sino como seres humanos que al despedirse son conscientes de que dejan atrás parte importante de su vida. Si en el momento del adiós pesa, además, la derrota, es natural que se les corten las palabras, que sean incapaces de decir lo que en realidad sienten.
Ocurrió en Riazor cuando Valerón, símbolo de los últimos años, un maestro del gremio, dijo adiós dejando al Deportivo en Segunda. Sucedió en Sevilla donde, a los 39 años, Andrés Palop se despidió de ocho años en los que consiguió los mayores triunfos del club. Lo despidieron como capitán y en su lengua valenciana. Recibió el abrazo sincero de miles de espectadores. Aconteció en el Camp Nou cuando el público homenajeó a Abidal, por quien miles de socios, seguramente, habrían votado que siguiera. Se fue Martí de su Mallorca con el descenso y roto el corazón. Se marcharon otros con parecidas emociones. Despidieron a Mourinho en el Bernabéu con lo que los taurinos llamaban división de opiniones y la calle dividía entre sus progenitores.
Posdata. Y en Vigo hubo lo que se define como entusiasmos indescriptibles. También hubo lágrimas.
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