José Luis Alvite

Agua de corcho

Agua de corcho
Agua de corcholarazon

Hay dos maneras de percibir la desalentadora realidad económica por la que atraviesa el país: escuchar las previsiones optimistas del Gobierno para dentro de seis años o meter las manos en nuestros bolsillos y hacer cuentas. Son maneras bien distintas de evaluar la cruda realidad y creo que los ciudadanos se quedan sin remedio con la segunda, es decir, con la evidencia de que las grandes cifras y los grandes conceptos de la macroeconomía importan poco cuando lo perentorio es disponer del dinero que se necesita para la próxima comida. Lo primero que muchos españoles hacen al enfrentarse cada mañana a la vida no es tomar nota de las previsiones abstractas de los economistas, sino abrir con temor la puerta de la nevera y preguntarse como harán para reponer lo que se ha ido consumiendo. No se trata de leer las alentadoras previsiones para dentro de seis o siete años, como nos proponen los políticos, sino de reunir algo de comida, nada del otro mundo, cualquier cosa que no pudra el agua al hervirla en ella. ¿Cuántos de nuestros gobernantes sufrieron la angustiosa sensación del hambre inminente? ¿Y cuántos de ellos conocen el precio de un huevo, el de un kilo de pollo o hicieron cuentas alguna vez porque ni siquiera podían pagar el autobús en el que subirse para recorrer la ciudad en busca de empleo? ¿Recuerdan haber tomado alguna vez café por la mañana en el mismo bar en el que suelen hacerlo su cocinera o su chofer? Mucho me temo que viven en una realidad distinta de la de los ciudadanos, en un mundo amable, antibiótico y feliz en el que todo está en su sitio, igual que están en su lugar de siempre el profesor de equitación, el fuego de la chimenea y las manchas del dálmata. Después vendrá el verano y se irán a nadar sin riesgos en una piscina con los bordes de cretona y el agua de corcho.