José Antonio Álvarez Gundín
Amy, modelo de «progre»
En la Fundación Ideas para el Progreso, ese club de cráneos privilegiados llamado a la sagrada misión de renovar los fundamentos ideológicos del PSOE, ha cundido el pánico al descubrirse que su director, nada menos, y su polifacética esposa habían tejido una red de mentiras para llevárselo crudo. Como ya previó Lope de Vega en su «Gatomaquia», en una de fregar cayó Caldera. El veneno de la corrupción ha anidado en el corazón del «think tank» socialista y por más que Rubalcaba se empeñe en marcar distancias siderales con los Bárcenas, Correa o Díaz Ferrán, lo cierto es que este escándalo revela el pecado original de su partido: que Amy Martin no es una criatura de ficción, ni una excepción o una oveja descarriada del rebaño socialdemócrata, sino la lógica consecuencia de un partido que ha hecho ideología con el dinero público y ha revestido la subvención con la dignidad de un derecho civil.
Es la misma filosofía que creó y engordó al «sindicato de la ceja», ese Frankestein de la izquierda que recibió cientos de millones de euros no precisamente en razón de su talento, sino de su militancia política. Amy-Irene es una del sindicato, una chica lista dispuesta a aprovecharse de todas las oportunidades para intercambiar dinero por ideología sin mancharse las manos con la vulgaridad de un sobre bajo cuerda, ya fuera mediante artículos ilegibles sobre el cine nigeriano o con cortometrajes progresistas diseñados para recibir automáticamente elevadas subvenciones. No, la señorita Martin-Mulas no es una militante del PP infiltrada para dinamitar desde dentro al partido de los pobres y de los parados, sino una «progre» de manual, genuina representante de esa intelectualidad de medio pelo que durante los ocho años de Gobierno socialista floreció al calor de la dádiva y la mamandurria oficial a cambio de predicar las bondades de su política, desde el aborto libre al matrimonio homosexual, y de masacrar a la Iglesia con el típico engreimiento progresista que se arroga una superioridad moral de perdonavidas; eso sí, cobrando hasta 3.000 euros de dinero público por artículo, que una cosa es ser de izquierdas y otra predicar de balde. Así se explica su nombramiento como directora del Instituto Cervantes en Suecia, un puesto generosamente pagado que, a pesar de venirle grande, se le concedió porque cumplía todos los requisitos de la secta. ¿Amy Martin, una vulgar estafadora? No, el modelo perfecto de «progre» que reclama el derecho a cobrar del contribuyente a cambio de su apostolado. Lo que pasa ahora es que, con el partido en la oposición y sin el control del BOE, en el pesebre de la izquierda ya no caben más Mulas ni Amys. Ni hay pan para tanto chorizo ni forraje para tanto pesebrista.
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