Paloma Pedrero
Ana, compañera
Esta noche, Ana Diosdado, nuestra primera y extraordinaria dramaturga, recibirá un reconocimiento a lo grande. El Max de Honor a toda su trayectoria como autora teatral. Y yo me alegro y lo celebro. Y lo escribo para dejar constancia de que algunas veces, pocas, se hace justicia a la mujer en las letras españolas. Ana es teatrera de cuna, su padre fue un gran actor, su madrina Margarita Xirgu y pisó los escenarios siendo una criaturita. Nació con el teatro en las venas, pero luego tuvo el talento, la tenacidad y el coraje de ponerse a escribir y estrenar obras en un país en el que las dramaturgas no existían en las carteleras. Ni se las dejaba escribir ni se las leía. El teatro, el arte más social de todos, no permitía a la mujer entrar en sus dominios. Ana Diosdado lo hizo sin alharacas, por vocación y genio. Y ha tenido grandes éxitos que ya quisieran muchos de sus detractores para sí. La crítica, masculina, claro, nunca fue generosa con ella, tildándola de comercial cuando otros autores de parecido espacio sí eran analizados en sus sesudos libros. Cuando yo llego al teatro, en el 85, Ana me abre los brazos, me reconoce, me alienta. Siempre recuerdo sus enormes ramos de flores en mis estrenos. Flores de compañera a compañera. ¿Quién habló de envidia y mala fe entre féminas? A mí la crítica, tarde y renegando, sí me acogió. Sin embargo, para mí Ana Diosdado será la primera dramaturga en llegar a ese universo prohibido, por derecho propio. Porque como se lamentaba Emilia Pardo Bazán: «Cuando los hombres no consiguen equipararse a las mujeres, las difaman». Pues tú, Anita, tendrás tu Max de Honor. Merecidísimo, compañera.
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