María José Navarro
Años
El viernes cumplí cuarenta y nueve años y, preventivamente, aviso, me voy a acordar de los muertos del que venga y me diga «peor sería no cumplirlos». Claro, y peor que te secuestren los jemeres rojos, o que te ronde la tuna de Medicina. Leía el otro día un reportajito sobre lo cojonudo que es tener cincuenta años y lo poderosas que nos volvemos las tías, basado en el testimonio de algunas mujeres que están en esta «cierta edad» y que afirman encontrarse en el tiempo de la magnificencia, que proclaman la autenticidad como un valor y que declaran ser «translúcidas, diáfanas, límpidas, cristalinas y, sobre todo, claras. De cabeza, de actuación. Por dentro y por fuera».
Yo también voy a declarar algunas cosas. Por ejemplo, es muy probable que, si no echas una barriga como si estuvieras preñada de cinco meses, se te ponga el culo como el mapa del Brasil. Es mentira que tengas que elegir entre la cara o el culo: las dos zonas van a ir de blando a fofo, de arrugao a cartonao. Olvídate del tanga. Si te lo pones de tu talla te hace chichote y la lorza se come el hilo. Cuidao con la barbilla, que esos pelos hormonales que salen son traicioneros. Crecen de noche los cabritos. «La menopausia es fabulosa». NO. Debajo de la luz blanca te asoma el cartón. Hombre, embarazada ya no le vas a llegar a tu madre, eso siempre las deja más tranquilas, pero eso no significa la felicidad.
La felicidad empezará cuando te des cuenta de que entiendes a tu abuela cuando sacaba la basura en bata, o cuando se pintaba las cejas por fuera y le daba todo exactamente igual. Una pregunta que me hago: ¿el Rey estuvo igual que yo en su cumple ayer? Que, por cierto, otra pregunta: ¿no podría ser que, con esta clase que yo tengo, hayamos sido cambiados al nacer?
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