María José Navarro

¡Antonio!

Yo no sé si les ha pasado a Vds. lo mismo que a mí, pero yo les cuento lo mío que ya saben que es complicado tenerme calladita. La primera vez que vi el nuevo anuncio de la Lotería de Navidad, el del bar de Antonio, se me cayó una lagrimita. Hay que ver qué majo este Antonio que le guarda el décimo a ese hombre que tantas fatigas se ve que está pasando, que se le ha quedado la cara y la barba que parece un cuadro del Greco, oiss por Dios esa música tristona en qué momento. Hasta llegué a llamar Antonio al camarero de mi bar de cabecera, y eso que es chica y se llama Ester. Eso sí, con el tiempo me dí cuenta que el tal Antonio me había metido también a mí el veneno de comprar toda la lotería posible, no me fuera a pasar lo que al señor de la barba y me quedara tomando café mientras el resto se iban de viaje a las Bahamas. Tras comprobar que en casa hay ya décimos de tres empresas, cuatro peñas del Atleti, un club de baloncesto de Torrejón y una sociedad gastronómica de Castellón, le he empezado a coger manía a Antonio. Tanto vemos ya a Antonio que me ha acabado por chocar la nieve del anuncio, que ni que Antonio fuera de Oslo, y la musiquita triste me ataca directamente al hígado. Ya es salir Antonio, pensar en la fortuna que me he gastado, y torcer el morro. Y pensar, nada más verle, «¿21 euros? ¿no le vas a invitar al café ni ahora que te ha tocado el Gordo, Antonio?».