Política

Pilar Ferrer

Aplauso con fervor y consenso

Aplauso con fervor y consenso
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Un solemne acto sin precedentes. Al margen del enorme simbolismo institucional y emocional, con una carga y trasfondo políticos de primera magnitud. Allí estaba el Gobierno en pleno, con su presidente Mariano Rajoy en cabeza. Los presidentes del TC, del Supremo y CGPJ, Congreso, Senado y los tres ex presidentes del Ejecutivo de la democracia: Felipe González, José María Aznar y José Luis Rodríguez Zapatero. El destino quiso que los otros dos, Adolfo Suárez y Leopoldo Calvo-Sotelo no hayan podido verlo. Los máximos responsables autonómicos, a excepción de Artur Mas e Íñigo Urkullu, parlamentarios, dirigentes empresariales y sindicales, rubricaban con su presencia el adiós a un Rey. Un adiós que todos, al término del evento –sobrio y cargado de íntimas vivencias–, calificaban de «consenso». Aquella palabra mágica de la Transición, fuertemente evocada y a veces olvidada por mezquindades políticas. Fue tal vez Felipe González quien más delató emoción en su rostro. En el mismo salón de columnas del Palacio Real, sobre la misma Mesa de las Esfinges, se firmó en el año 85 el Tratado de Adhesión de España a la UE. Un recuerdo histórico, como también lo era la abdicación de Don Juan Carlos. El profundo abrazo con que se fundieron padre e hijo, Rey abdicatario y Rey ya de hecho y derecho, demuestra cómo una imagen vale más que mil palabras.

Esa unión institucional y política la había comenzado Felipe VI horas antes, durante la reunión del Patronato Elcano. Junto a Rajoy y Felipe González, se estrenaban como miembros Aznar y Zapatero. Esa foto con Don Felipe, todavía Príncipe de Asturias, era también un símbolo de permanencia, continuidad y acuerdo entre PP y el PSOE, las dos fuerzas que han gobernado en estos años de democracia y con cuyo acuerdo se ha pilotado esta transición dinástica modélica. Sin roces, con altura de miras y política con mayúsculas.

El acto de abdicación regia invita a mucha reflexión. Entre los 160 invitados, altas autoridades del Estado, fueron significativas algunas presencias. Entre ellas, las del todavía secretario general del PSOE, Alfredo Pérez Rubalcaba, quien ha limado con sutileza cualquier conato republicano entre los socialistas. Y la de dos catalanes bien veteranos en el Congreso: Durán Lleida y Sánchez Llibre. Cuando Cataluña hierve, su presencia en el acto adquiere gran relieve. Artur Mas e Íñigo Urkullu no estuvieron, pero sí lo harán mañana en el acto de proclamación ante las Cortes Generales.

El aplauso que siguió a la firma del Rey, tras los sones del himno nacional, fue largo e intenso. «Un aplauso fervoroso», decían los asistentes al acto. Y al Rey le emocionó especialmente, con lágrimas en los ojos. «Ha estado siempre donde debía y se le pedía», comentaban los ex presidentes González, Aznar y Zapatero. Todos ellos han tenido con él una relación impecable y profesional. Cada uno en su estilo, en su etapa y con sus circunstancias. Pero a los tres se les veía con una cierta nostalgia, como la de quien pierde un compañero, un colaborador y un amigo cercano.

Todo estaba cuidado al detalle. Sin olvidar a los tres «padres» vivos de la Constitución del 78: Miguel Roca, Pérez Llorca y Miguel Herrero de Miñon. Todos los presidentes regionales, a excepción de Urkullu y Mas, alcaldes de las grandes ciudades, y toda una representación de la vida socioeconómica de España. Todos contemplaban con emotiva seriedad la firma del Rey, el refrendo de Rajoy y los detalles humanos. El abrazo entre padre e hijo, el beso a la esposa y compañera durante 52 años. Un gesto de agradecimiento a los allí presentes, con la mano en el pecho y la emoción contenida. Y dos gestos que no pasaron desapercibidos: la mirada cariñosa a su hija mayor, la Infanta Elena, y a sus hermanas, Pilar y Margarita. Las mismas a las que dirigió su mirada hace 39 años, cuando fue proclamado Rey.

La clase política le ha despedido. Y en todos subyace un sentimiento de admiración. «Le echaremos de menos», susurraban algunos a su salida del Palacio Real. Llega otro tiempo y un nuevo Rey, Felipe VI. Ese consenso fervoroso en el adiós al padre, ante una decisión que nadie discute, es el mejor inicio del camino del hijo. El Rey no ha muerto, pero se va. Con sencillez y dignidad. En el respeto, recuerdo imborrable a su labor y a su figura, viva el nuevo Rey.