Joaquín Marco
Apoyo a la investigación
La Unión Europea se está quedando atrás en aportaciones científicas respecto a EEUU y hasta a potencias emergentes como China. Pese a los esfuerzos económicos realizados andamos, un tanto rezagados y las excusas de la crisis no van a servirnos en el futuro. Conviene advertir al respecto el papel secundario que viene suponiendo España en el conjunto europeo. Se lograron avances considerables antes de que la crisis nos abrasara al superar los presupuestos de I+D+i los 9.000 millones de euros en 2008, 2009 y 2010, pero disminuyeron hasta los 5.932 en 2013. Con ellos se cubren los recursos destinados a investigación científica y a su personal, aunque cabe añadir a ello los descensos presupuestarios de las universidades, centros neurálgicos en las aportaciones científicas. Jean Claude Juncker declaró recientemente que «Europa vuelve a la actividad» refiriéndose a su plan, al que destinará la Unión Europea 27.000 millones de euros en el horizonte de 2020 para estimular su economía. Sin embargo, pese a la mejoría de la macroeconomía de nuestro país seguimos perdiendo peso en cuanto a ciencia se refiere. Algunos de nuestros jóvenes investigadores, formados y pagados con nuestros impuestos, trabajan en centros de otros países y parte de ellos serán ya irrecuperables. La égida, en este caso, no es el fruto de un perfeccionamiento en otros centros, siempre necesaria. Parece como si nuestros políticos hubieran abandonado ya la idea de mejorar nuestras aportaciones científicas en el concierto europeo. Tampoco existe, entre nosotros, la tradición del mecenazgo de entidades particulares, salvo las que se producen en la industria farmacéutica o en biomedicina. Aquel empujón que nos condujo a la esperanza de un cambio de signo se frenó con la disminución de recursos materiales y económicos y ni los planes europeos ni los nacionales parecen contemplar un cambio de signo.
Bien es verdad que durante la etapa del presidente Zapatero costó muy caro el pasar a convertirnos en una potencia pionera en energías limpias. Llegamos a ser incluso referente mundial. Pero elegimos fortalecer, como nuevos ricos, un prolífico AVE de ahora contra los posibles avances en la formación de equipos en todo el espectro de la investigación científica. Cabe apuntar, además, que resulta imprescindible disponer en nuestras universidades de investigadores de ciencias básicas. Sin equipos innovadores matemáticos o físicos no llegaremos a forjar los tecnológicos aplicados. La ciencia pura sigue siendo fundamental para el futuro. Por otra parte, la inversión en investigación supone un factor multiplicador de empleos cualificados que va del 3 al 7 según el área. Es dinero que se retorna con creces, al tiempo que se crean también puestos de trabajo de todos los niveles. Si Europa no invierte en este sentido, España, situada en la cola de los grandes países europeos, lo sentirá en mayor medida. La decisión de Juncker creará nuevos empleos que podrán ser observados de inmediato. Pero su plan obvia el fomento investigador. Nuestras universidades están cubriendo ahora una de cada diez bajas por jubilación. Nos desprendemos de departamentos humanísticos en los que antes habíamos brillado. Los estudiantes se inclinan hacia las materias que especulan que en el futuro habrán de servirles para encontrar mejores empleos. El utilitarismo de los estudios universitarios obviando la formación básica constituye uno de los graves problemas que los poderes públicos deben atender.
Carlos Andradas, presidente de la COSCE (Confederación de Sociedades Científicas de España), señala que el estado de nuestros programas de investigación ha regresado al año 2005. El presupuesto de 2014 en investigación alcanzaba los 6.146 millones de euros, 213 más que en el año anterior, un 3,6% más, aunque en realidad se estima que equivale a un 2,27%. Además, parte de estas cantidades presupuestadas no llega a gastarse y retorna a las arcas del Estado y, por otro lado, una buena tajada está destinada a los planes armamentísticos del Ejército, necesitado también de un desarrollo del que se extraen buenas rentabilidades. Dejamos ya atrás aquel desdichado lema de que inventen ellos, pero las buenas intenciones no son suficientes. Contamos en la actualidad con una buena cantidad de proyectos investigadores que fracasan por falta de financiación. Los propósitos fundamentales del Gobierno y de la misma Unión Europea consisten en la creación de empleo. Lamentablemente nuestro país se encuentra en cabeza de esta necesidad. Pero sería un error descuidar una creatividad científico-tecnológica que a medio y largo plazo puede transformar la realidad social del país. No podemos ni debemos regresar a las formulaciones fáciles de la construcción, salvo en sus justas necesidades, que no requieren mano de obra especializada. Bien está mejorar infraestructuras, pero resulta fundamental mantener de forma adecuada las ya existentes. Conviene racionalizar el gasto y no volver a las andadas y, con el aire de cola, realizar inversiones que no resultan ni operativas ni, en consecuencia, rentables. El camino del aprovechamiento de los investigadores que surgieron y que están surgiendo no puede cerrarse. Las buenas ideas resultan siempre económicamente positivas. No es necesario multiplicar el número de emprendedores que trabajarán casi en solitario. Conviene más que la empresa media crezca con fuerza, como han hecho nuestros bancos. Carecemos de un tejido industrial que conviene apoyar mediante el concurso de una eficaz utilización de la fórmula I+D+i. Tal vez en los próximos programas electorales de los diversos partidos debería figurar de forma obligada el oportuno apoyo a la investigación y la ciencia. Ello significa también atender a las oportunas reformas de las universidades y al mundo de la educación en general. No estamos todavía tan lejos de aquel lema de Joaquín Costa: «Escuela y despensa».
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