Tribuna

Mi amigo el pirata del espacio

Lo que captaron los dejó perplejos: aquella nueva nave, aún sin nombre, estaba enviando un mensaje morse en inglés: «SOS, SOS, SOS… to the whole world»

Mi amigo el pirata del espacio
Mi amigo el pirata del espacioBarrio

Una entrada en la Wikipedia en español define a los «astronautas fantasma» como aquellos que «supuestamente han viajado al espacio exterior y fallecido en acto de servicio, pero cuya existencia nunca ha sido admitida oficialmente». La historia de la carrera espacial está llena de ellos, sobre todo la soviética. La URSS fue siempre muy opaca sobre sus primeros lanzamientos, quizás con la excepción del Sputnik 1 el 4 de octubre de 1957. Ese día, Moscú anunció a bombo y platillo que su primer satélite artificial emitía en la longitud de onda de los quince metros. Lo hizo para que cualquier estación de radio que cayera bajo su órbita pudiera escuchar su impactante «bip, bip» y confirmara que el mundo acababa de entrar en una nueva era.

Desde aquel glorioso aniversario de la revolución bolchevique, los vuelos no dejaron de sucederse. Al mes, habían puesto en órbita al primer ser vivo de la historia –la perrita Laika–, y al cabo de un tiempo, los norteamericanos iban a la zaga con sus Vanguard y Explorer.

Pero aquella competición se vio alterada por un hecho que pocos recuerdan. En el centro de Turín, los hijos adolescentes de un prestigioso médico habían llenado la azotea de su casa en Vía Albertina con antenas de radioaficionado. Las conectaron a un receptor de diez válvulas y a un convertidor de frecuencia, y con ese equipo interceptaron a los Sputnik. De la noche a la mañana, Achille y Giovanni Battista Judica-Cordiglia se convirtieron en respetables celebridades. La prensa italiana primero y las agencias de noticias internacionales después, se apostaron en su puerta para recibir la información de los lanzamientos soviéticos. Lo que el Kremlin tardaba horas o días en comunicar, los hijos del médico lo avanzaban en directo. Aunque el asunto tenía truco: Achille y Dido –como llamaban cariñosamente a Gianbattista–, habían descubierto que antes de cada lift off los rusos calibraban sus antenas emitiendo un tema de música clásica. No fallaba: cada vez que escuchaban a Mussorgski, había una nave en camino. La expectación era máxima. Los diarios los citaban como fuente. Todos estaban a la espera de ver quién enviaba al primer humano al espacio e intuían que si la noticia surgía de la URSS, los Judica-Cordiglia serían los primeros en darla.

Entonces, seis meses antes del histórico vuelo de Yuri Gagarin, sucedió algo extraordinario. El 28 de noviembre de 1960, el novísimo radiobservatorio alemán de Bochum captó música de Mussorgski y dio el aviso a Turín. Los Judica-Cordiglia alertaron a la prensa, reunieron a la familia frente a sus aparatos, y comenzaron a seguir la emisión. Lo que captaron los dejó perplejos: aquella nueva nave, aún sin nombre, estaba enviando un mensaje morse en inglés: «SOS, SOS, SOS… to the whole world». Nadie supo qué decir. Tres días más tarde, en otra de las órbitas del objeto, la señal portaba lo que parecía una respiración agónica y un golpeteo de ritmo cardiaco. Los hermanos lo registraron todo y denunciaron el lanzamiento fracasado de un hombre al espacio. Pero la URSS no lo reconoció.

El 12 de abril de 1961, las antenas de Vía Albertina registraron la retransmisión completa de Yuri Gagarin. «Me encuentro muy bien. Puedo ver la Tierra», grabaron. Y cuando el mundo aún aplaudía a su nuevo héroe, el 23 de mayo de 1961 interceptaron otra emisión desconcertante: esta vez era una mujer la que hablaba en órbita, dejando la típica huella sónica del efecto Döppler, y lamentándose de que algo iba muy mal allá arriba. Faltaban aún dos años para que la URSS lanzara a Valentina Tereshkova, la primera mujer cosmonauta «oficial», y el caso de Ludmila –como los Judica-Cordiglia bautizaron a aquella piloto– jamás se aclaró ni se reconoció.

Hacia 1965 la prensa de EE.UU. se hacía eco de su estimación de que los soviéticos habían perdido al menos a 14 cosmonautas. Pero, ¿era cierto? ¿O solo propaganda anticomunista?

Los chicos siguieron dando primicias al mundo durante años, «pirateando» señales rusas y americanas, como cuando interceptaron la primera foto de la superficie lunar obtenida por la Lunik 4, o cuando fueron invitados a retransmitir la llegada de la Apolo 11 al Mar de la Tranquilidad, en vivo, desde la Radio Nacional Suiza.

Yo conocí a Dido en junio de 2019. Tenía 80 años y su mujer sufría alzheimer. Me recibió en su casa de Vía Turati –antiguamente Vía della Unione Sovietica– y accedió a contármelo todo. Su hermano Achille había fallecido en 2015 y él atesoraba todas las grabaciones de aquellos años. Eran un material sorprendente. Me explicó que en 1963 fueron incluso invitados a la sede de NASA en Washington a cuenta de aquellos hechos y que allí enseñaron las grabaciones que habían obtenido de misiones como la de John Glenn. Esas cintas eran secretas y a los americanos les horrorizó la filtración. En ese tiempo, Radio Moscú los tachaba ya de «piratas del espacio» e intentaba desacreditarlos… ¡pero ahí estaban (y aún están) las pruebas!

El pasado día 13 Dido falleció en Turín. Hoy soy amigo de su hijo Max y de sus nietos, y su marcha me ha sumido en la consternación de haber visto irse un capítulo de la historia de la carrera espacial nunca denunciada abiertamente. Ojalá un día alguien haga justicia a aquellos «astronautas fantasma» y a los dos chicos turineses que los escucharon morir y lo gritaron al mundo. Ojalá.

Javier Sierra es Premio Planeta de novela. Su serie de televisión “Otros Mundos” (Movistar+) dedica uno de sus capítulos a este hecho.