Bruselas

Arrímese Arrimadas

La Razón
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Ha sido el año de las mujeres. Hasta la RAE ha añadido explicaciones de historia literaria a la expresión «sexo débil». El siglo se conjuga en femenino real, no en esas paparruchas o paparruchos de diputados y diputadas o diputades. Y entre todas ellas, en España, es el momento de Inés Arrimadas, convertida cum laude en una suerte de heroína nacional por mérito propio. Muchos políticos de la bancada machirula, de los que antes sólo pensaban en cuotas, más por el qué dirán que por auténtica vocación de igualdad, estarían hoy dispuestos a cambiar de sexo si eso les conllevara tener el éxito de la líder de Ciudadanos en Cataluña. Saldrían a correr con chándal y tacones si hiciera falta.

La enorme hazaña de conseguir ser la más votada el 21-D no puede quedarse en un acto simbólico, en la pedrea de las elecciones, en un relato épico con final abierto, como el de esas series tan de culto como interminables. Están los cálculos partidistas, esos de los que la formación naranja dice huir porque le mueve el bien común. Los que criticaba cuando Rajoy apartó el cáliz de presentarse en aquella investidura que le empujaba al abismo.

A los que ven su imagen en el pedestal de la sensatez les gustaría encontrarla alzada en la tribuna del Parlament para que haga valer el insólito resultado que arrebató a los iluminati. Aunque su discurso no desemboque. Decirle a la cara a la tozudez amarilla lo que ella representa. También el PP, pero que tan mermado posee una fuerza inversamente proporcional a la altura física de su candidato y de los que manejaron la crisis catalana e hicieron un tomate a la decisión de Rajoy. Que recuerde que no han felicitado a la vencedora. Tal vez crean que es un paso para quemarse y, aunque así fuera, digo lo de chamuscarse, bien valdría la pena más que poner a remojo a su partido para el asalto a La Moncloa, que ya llegará. O no. Que deje de susurrarle el Arriola que anda de tapadillo en Cs. Que no se deje presionar por los constitucionalistas a los que quitó la merienda ni tampoco dé el gusto a los fantasmas de Bruselas, la ciudad en la que desde que está Puigdemont disfruta de cinco horas de sol frente a la anterior media de cuarenta y cinco. El ex president tiene como en los dibujos animados una nube negra sobre su cabeza.

Es hora de meterse en el agrio fango ante los que gritaron, a ella y a su millón de votantes, cerda, fascista y hasta amenazaron de muerte. Si Ciudadanos no quiere ser el PP no puede actuar como según ellos mismos actuarían los populares. En caso contrario, por qué habría que votarles en Madrid. Ya ganó el PP. Y ha gobernado, en otros asuntos para bien. Lo que conlleva vencer es actuar en consecuencia. También con sus malos tragos y sus errores. Todo lo demás es ser «cool» sin interrupción. Un moderno exquisito a lo Baudelaire. Pero resulta que el tiempo de la poesía y el postureo, ya admitido por la RAE, ha acabado.