Paloma Pedrero

Asunta

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La empatía es la cualidad más benefactora de los seres humanos. Desgraciadamente, algunos la tienen poco, aunque es cierto que se puede desarrollar con conciencia y práctica. Los dramaturgos hemos de tenerla para escribir teatro, tanto como agua para vivir. Y yo considero que la poseo, incluso de manera compulsiva a veces. Por eso voy a intentar ponerme en la piel de los padres de esta niña asesinada. No voy a juzgarlos, para eso están los jurados y jueces. Sólo voy a intentar crear una situación probable que pudiera llevar a unos padres a acabar con la vida de su hija. Una hija no biológica, cuestión que no afecta en absoluto al amor paternal. Quizá el más puro, aunque no puro del todo. Siempre hay fisuras, desencuentro, envidias, culpabilidad...

Amar es la asignatura pendiente entre los seres humanos. Y da igual amar a qué o a quién. Hay muchos que aman, o amamos, defectuosamente, sea quien sea el objeto. La hija dicen que era una niña encantadora, pacífica, inteligente, buena. No parece que provocase conflictos terribles. Hay niños con enfermedades psíquicas agresivas que pueden convertirse en un tormento para una familia sin recursos morales o económicos. No era el caso, parece, en ninguno de los aspectos.

¿Envidia de la madre por la hija? Comentan que los abuelos adoraban a la nieta. ¿Más que a la madre? Los abuelos habían fallecido. ¿Era la hora de la venganza? No, demasiada enfermedad del alma. ¿Fue Asunta quien separó a los padres? Dicen que los hijos desunen. ¿Se sintieron ambos víctimas de su niña? Nadie acaba con el amor de nadie. Pero si es cierto que los inmaduros siempre buscan culpables. No, no me cuadra. Sólo encuentro sombras y demencia.