El debate de los impuestos

¿Bajar los impuestos?

La Razón
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Cuando los políticos entran en campaña, son temibles. Todo es ambigüedad, confusión, amasijo y muchas veces patraña. Se plantean debates en los que cada uno dice lo suyo para que parezca contrario a lo del otro, aunque bien podría ocurrir que no fuera así. Y se practica un reduccionismo que, por lo común, impide ir al fondo de los problemas. Algo de todo esto pasa con el debate sobre si se pueden bajar o no los impuestos en el que han entrado todos los partidos principales.

Digamos, para empezar, que cuando los políticos se refieren a este tema, en realidad aluden a un solo impuesto: el IRPF. ¿Se puede bajar? Sí, claro, naturalmente. O tal vez no. Y también se puede subir. Dependerá de lo que uno quiera conseguir. Si lo que se quiere es hacer un poco de demagogia aliviándoles el bolsillo izquierdo a los ciudadanos, lo que conviene es bajarlo. Pero ello no obvia que, si se mantiene inalterado el gasto público, ese mismo ciudadano pagará hoy o mañana, con lo que le queda en el bolsillo derecho, alguna cantidad adicional en el IVA o en otros impuestos indirectos, eso sí, sin enterarse bien de lo que le está ocurriendo. Pero si lo que se busca es aumentar la recaudación, seguramente lo mejor, aunque a algunos les resulte paradójico, será no tocarlo. Y si además se pretende redistribuir la renta, será preferible olvidarse del impuesto y empezar a pensar en aumentar la eficiencia del gasto público.

Ya sé que algunos de mis lectores estarán desconcertados con lo que acabo de decir, pero no queda otro remedio. La economía de los impuestos es compleja y, por lo general, nada obvia y siempre irreductible a las hermosas historias del oikos familiar. Este es el problema de hablar de los impuestos en las campañas electorales. Porque, además, resulta que se desenfocan las cuestiones verdaderamente relevantes. O sea, en nuestro caso, la de la obsoleta y contraproducente estructura de nuestro sistema fiscal. Sobre esto, mientras se lanzan fuegos de artificio con motivo del IRPF, no se discute. Y resulta que, en el país con mayor tasa de paro de Europa, el empleo está fiscalmente penalizado, tanto con ese impuesto como con unas cotizaciones sociales que, en términos relativos, son un 35 por ciento mayores que las de las naciones europeas más avanzadas. Además, nuestra base fiscal es reducida, y ello tiene mucho que ver con el hecho de que nuestros impuestos sobre el consumo son notoriamente más bajos que los de nuestros socios. Al final, en lo único en lo que nos parecemos a ellos es en que los gravaménes sobre el capital son casi iguales. Retenga el lector esto último por si acaso, en el maremágnum electoral, reaparece el impuesto de sociedades. En resumen, más nos valdría que los políticos se tomaran en serio los problemas de fondo y dejaran de confundir a los electores con discusiones superficiales sobre si se suben o se bajan los impuestos.