Política

Manuel Coma

Bajo la incertidumbre política

La Razón
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«Encrucijada», «momento decisivo» y hasta «día del juicio» es como los turcos han visto sus elecciones parlamentarias de ayer, probablemente las más importantes desde que en 1950 se celebraron las primeras pluripartidistas. Para tres de los cuatro principales partidos, los resultados van a influir decisivamente en su orientación política y liderazgo y en la configuración de todo el sistema. No sólo lo que estaba en juego era muy grande, sino además difícil de prever, con un componente especialmente dudoso, la posibilidad de pucherazo gubernamental para impedir la representación parlamentaria del partido kurdo y, apropiándose de muchos de sus escaños, asegurarse el Partido de la Justicia y el Desarrollo una supermayoría de tres quintos de la Asamblea que le permitiese llevar a cabo reformas constitucionales para satisfacer el sueño presidencialista de Erdogan, e impulsar la avanzada deriva hacia el autoritarismo y la islamización del Estado.

No ha habido tal cosa. El partido kurdo, que con un joven líder de mucho impacto y gran futuro, Demirtash, ha realizado un gran esfuerzo para presentarse como partido nacional y moderno, ha franqueado el nada democrático umbral del 10%, garantizándose una representación parlamentaria que casi con seguridad deja al AKP con un 42% de los votos, un poco por debajo de la mayoría absoluta y lejos de la supermayoría, con lo que no podrá formar un Gobierno monocolor, aunque conseguirá encontrar suficientes aliados fuera de los otros tres grandes. Su relativo fracaso actual, tras trece años de monopolio en el poder, cuando sus grandes éxitos económicos se ralentizan por agotamiento del modelo que les dio lugar, y la deriva autoritaria del gran Erdogan experimenta un frenazo, puede llevar a una lucha intestina por el poder con el hasta ahora fiel y contenidamente ambicioso lugarteniente Davutoglu, con el que, como Vladimir Putin con Dimitri Medvedev, permutó jefatura de Gobierno y partido por la constitucionalmente apolítica y protocolaria Presidencia de la República, con la intención, ahora frustrada, de llenarla de poderes.

Con la ruptura de la continuidad, todo se vuelve incógnita. No se descarta que Erdogan maneje las negociaciones para formar Gobierno de forma que resulte imposible, con lo que en 45 días tendría que convocar nuevas elecciones con la esperanza de que el temor a la inestabilidad llevase de nuevo a su redil suficiente número de votos perdidos. Pero su gran proyecto es ya inviable y la promesa de una Gran Turquía para 2020 se va a quedar en agua de borrajas. Otras esperanzas se esfuman. El «neootomanismo», una Turquía más islámica que encabezase un Oriente Medio suní ya se vino a pique con la Primavera Árabe y la floración de radicalismos y brutales conflictos, así como el principio de «cero problemas con los vecinos». Ahora todo está por ver.