Historia

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Bananera república

La Razón
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La república tiene más hijos ilegítimos que El Cordobés. Con la tricolor hacen el salto de la rana sólo que sin asomarse al peligro de un pitón. Los de la España del cambio vuelven a viajar a los años treinta como si fueran los guionistas de «El ministerio del tiempo» y a vivir en la nostalgia como hacen los jubilados con la Campos en «Qué tiempo tan feliz». La conclusión siempre es la misma: el cambio es la regresión a aquellos cuarteles de primavera que anticiparon una guerra civil. Ni las derechas, he ahí a Alcalá Zamora, ni las izquierdas, el pobrecito Azaña, acertaron con la fórmula. Tardá recordaba esta semana en «Los desayunos de TVE» que los borbones son soberbios por cuestión genética por lo que este rey tampoco le vale a no ser que le hicieran un experimento celular, que es quizá lo que pretenden los partidos con tanta ronda de contactos, inocular al Borbón un nuevo ADN.

De nuevo la España del 78 queda eliminada de la «champions» de la nueva política, aunque ganara la Copa de Europa y consiguiera un bienestar que aquella república no podía ni siquiera soñar. O sea, que ser republicano hoy no es defender legítimamente otro modelo de Estado partiendo de éste sino abrir y cerrar un paréntesis en el que encerrar 85 años, pero ya con más tiempo a favor de la democracia que de la dictadura, que duró cuarenta. La memoria personal es selectiva pero la historia, por más que la ficción lo pretenda, no puede borrarse. Por eso, la fiesta de las banderas republicanas de ayer en los ayuntamientos «del cambio» resultó una payasada, balada triste de trompeta, con la que populistas y algunos socialistas hicieron una fiesta del pijama.

En la República de Kichi le pagan 48.000 euros a un pregonero afín, eso sí que es ponerse morado más que rojo. En Cádiz se proclama la exaltación de la clientela ideológica. La bandera constitucional es, sin embargo, un trapo que no vale ni un duro antiguo. Y así Ribó y sus secuaces, Colau y sus desahuciados, para los que la república es un reino de izquierdas en el que los ciudadanos no serían españoles sino valencianos, murcianos o extremeños, dividen al personal en vez de unirlo. El «mamarrachismo» es ya con permiso de la corrupción el mal que asola la tierra que pisamos, un paraíso de la «performance» suicida. Hasta Pedro Sánchez, al que Felipe VI le encargó la investidura, aquel hombre que desplegó la roja y gualda a sus espaldas con su mujer vestida a juego, celebró la efeméride en otro guiño a los que aún pueden auparle al papel de jefe del nuevo tiempo que nace con el ánimo revanchista de una ilegalidad. La ley lo dice claro, pero la consigna del año es la desobediencia y el caudillismo ilustrado. De esta guisa más que a un régimen a la francesa, todos a una, se llega a la república bananera que condena a sus hijos de nuevo al exilio interior.