José Luis Alvite
Banderas sin aire
Una tarde me entretuve tratando de comprobar el alcance real de mi torpeza técnica en Internet y casi sin darme cuenta conseguí abrir una cuenta en Twitter, que es un lugar de expresión marcado por una limitación de caracteres que constituye un desafío para probar la expresividad o un espejo en el que confirmar hasta que punto podemos ser idiotas sin necesidad de extendernos en explicaciones. Naturalmente, hay de todo en TW, desde enlaces a noticias, hasta referencias musicales, sin olvidar que a muchas personas les sirve para vencer la soledad o hablar con cualquier desconocido mientras muere la tarde, eligen a sus víctimas los miserables o ablandan en el agua las lentejas, de modo que corre un aire de codeína arrastrando la sana epidemia de la libertad. No hay nada nuevo en la velocidad expresiva de Twitter. La prisa es casi más antigua que la paciencia y el ser humano siempre ha sentido la necesidad de alternar lo sereno y lo fulminante, el pensamiento y la embestida. En realidad TW es la jaula angosta para que la que siempre hemos tenido listo el pájaro flaco y resignado en cuya vida incluso sería un riesgo el aire en el que volar. A mi me gusta teclear pensamientos en ese modelo restringido por la misma razón que antes de conocer TW me apasionaba la idea de ser capaz de describir una mano retratándola literariamente en el espacio de una uña. Y a ello dedico algo de mi tiempo con verdadero interés y sin hacerme demasiadas ilusiones. Me entretiene y hago amigos, eso es todo. Aunque no lo parezca, ciento cuarenta caracteres dan para mucho si se acierta a condensar. Parece fuera de toda duda que muchas confesiones parecen más creíbles a medida que el tamaño de su explicación se parece más al de su silencio. En definitiva, me gusta el desafío de Twitter porque es una manera de que –sin aire, sin mástil y sin doctrina– pueda ondear una bandera.
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