Crisis económica
Bombas de racimo
La crisis económica abrió una herida en las familias españolas que aún no ha terminado de cerrar. Hace unos meses, FOESSA, fundación vinculada a Cáritas Española, elaboró un informe que desvelaba que la mitad de las familias tienen hoy en día una «red de seguridad» peor que en la situación precrisis, se mantendría igual el 42,3% y habría mejorado solo el 7,6%.
El 60% de los hogares vive sin tener nada ahorrado o con un nivel de ahorro tan pequeño que no le permitiría resistir la más mínima contingencia sin tener ingresos, como una nueva crisis económica o una reparación de su coche o su casa, más de uno o dos meses.
Y está la desesperanza, el que prácticamente el 70% de los españoles crea que estará igual o peor dentro de cinco años, y la brecha entre la fecundidad deseada y la alcanzada por los españoles, son otros efectos igualmente importantes de la crisis. Es cierto que la recuperación económica no está siendo gestionada adecuadamente en términos de mejora de equidad y reparto del crecimiento en el país, pero a nadie se le escapa que el crecimiento del PIB es la primera premisa para superar las dificultades.
A estas alturas, el debate político en España debería ser acerca de los mix de políticas fiscales y monetarias adecuadas para lograr un crecimiento reparador de los daños producidos por la depresión económica. Sin embargo, estamos todos inmersos en la cuestión catalana y en cuál será el próximo movimiento de los separatistas.
El FMI, los servicios de estudios de diversas instituciones europeas y los de algunas entidades financieras apuntan a un riesgo en la aún titubeante recuperación económica europea: la crisis en Cataluña. En la región catalana ha caído el turismo, se han marchado empresas ante la inestabilidad política producida por el Gobierno autonómico y los indicadores macroeconómicos básicos se están desplomando. El resultado de todo esto es inequívoco, las previsiones de crecimiento de España y Portugal han caído para el año que viene y la eurozona prevé un comportamiento similar de su economía.
Cataluña no será independiente y el Gobierno de la Generalitat lo sabe. Inicialmente, todo este proceso de ruptura y de crispación tenía como fin en sí mismo el fortalecimiento electoral del independentismo y la construcción de un relato que explicase las consecuencias de la crisis económica en Cataluña: el culpable era el Estado español, de manera que el Govern debía ser exculpado. El riesgo de iniciar estrategias sin tener claro cómo terminan es que sus consecuencias son impredecibles, como una bomba de racimo, que son tremendamente letales porque liberan un gran número de pequeñas bombas al abrirse. Ahora sabemos que han generado la fractura entre miembros de una misma familia, que entre compatriotas se miran con recelo y que la desconfianza hacia la lealtad de los nacionalismos durará mucho tiempo en el sentir de la sociedad española.
Lo que está por llegar es que las familias españolas seguirán en condiciones precarias, que habrá nuevos latigazos económicos que golpearán en la dignidad de los trabajadores y que la frivolidad de algunos puede hacer que se tambaleen los sueños de la mayoría.
En una sociedad democrática debe respetarse a las minorías, pero lo que no se puede consentir es que 1 o 2 millones de personas pongan en jaque las esperanzas de una vida mejor y el futuro de 47 millones de españoles. Si la consecuencia de la agresión al Estado de Derecho de los separatistas va a ser una ralentización de la salida de la crisis, esta vez no hay duda de quién es el responsable.
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